Rami, el niño héroe

Rami, el niño héroe

Cuento: Rami, el niño héroe

 

El pequeño Rami, que aún no conoces, decidió adentrarse un día en lo más profundo de la selva en India, en busca del tesoro más preciado existente, que no era ni de oro ni de diamantes.

Rami vivía en un pueblo campesino, cercano a aquella selva, donde sus padres trabajaban como agricultores. Y, aunque Rami iba a la escuela, siempre encontraba tiempo para ayudar a sus padres con los cultivos. Sin embargo, aquel año todo era distinto, pues una gran sequía azotaba la región y el río que daba agua a los campesinos se había secado por completo.

Viendo la situación de su pueblo, el pequeño Rami pensaba y pensaba en una forma de ayudar, hasta que escuchó, un día cualquiera, a un sabio anciano decir: «En el medio de la selva, en un lugar que pocos pueden mirar, se encuentra el brazalete de Indra, el Dios de la lluvia; pero este, en manos de un malvado, causará una terrible tormenta eléctrica que destruirá la aldea. En manos de un justo, en cambio, traerá agua de nuevo al pueblo».

 

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Tras escuchar este relato, Rami se informó sobre la misteriosa leyenda. Así, descubrió que muchos lugareños habían intentado llegar, pero para hacerlo había que atravesar una cueva y solo una persona pequeña, o un niño, podría hacerlo. Así que, en ese justo momento, es donde se encontraba el pequeño Rami aquel día, intentando llegar al punto medio de la selva. Y al principio la cosa parecía fácil, pero pronto surgieron las primeras dificultades: un rugido sonó detrás de Rami que, al volverse hacia atrás, pudo ver horrorizado que una pantera le perseguía.

Con todas sus fuerzas, Rami empezó a correr por la selva saltando y tratando de no tropezarse, pero la pantera era mucho más rápida. No obstante, esta se asustó al escuchar a un grupo de gente que se acercaba, por lo que finalmente huyó y Rami pudo respirar tranquilo.

Aquel ruido de gente que había asustado a la pantera era el de un grupo de cazadores de recompensas, que buscaba el mismo brazalete que buscaba Rami para venderlo. Al escuchar sus voces hablando en un idioma que no conocía, el pequeño tuvo el presentimiento de que eran esa gente malvada de la que hablaba el viejo sabio, y apuró el paso. Sin embargo, al apurar demasiado el paso y echar a correr, el grupo de cazadores escuchó los ruidos y comenzaron a perseguir a Rami pensando que se trataría de algún animal. Por suerte, logró llegar a la pequeña cueva, entrando en su interior sin mucha dificultad.

—¡Cuando salgas aquí estaremos, no te apures! —gritaron los cazadores en su idioma.

Muy asustado, Rami procuró continuar hasta el interior de la cueva, que debía ser el punto más al medio de la selva, y allí cogió el brazalete, que se encontraba sobre un pequeño altar brillando con una luz que no parecía de este mundo. Pero a pesar de aquel logro Rami seguía asustado, pues sabía que si salía, la gente malvada probablemente querría el brazalete de Indra. ¿Qué podía hacer? Y fue entonces cuando unos rugidos, mucho más sonoros y prolongados que los primeros que había escuchado, le sacaron de sus pensamientos de forma brusca… ¡Había vuelto la pantera!

Y es que aquel fiero animal era el protector del brazalete, y había vuelto para asegurarse de que no desaparecía junto a una manada de panteras, igual de fieras o más. Entonces, pensando que serían los cazadores los que querrían robar el brazalete, el grupo de panteras se dirigió hacia el grupo para acorralarlo, y este no tuvo más remedio que escapar a toda prisa.

De este modo, y aprovechando que el ruido parecía alejarse, Rami salió de la cueva con el brazalete de Indra en sus manos. Sin mirar atrás corrió y corrió como si no hubiera un mañana, y así hasta que llegó a su pueblo, justo a tiempo para sentir las gotas de lluvia caer sobre su rostro.

 

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Tras aquella hazaña, el pueblo estuvo muy agradecido por la valentía del pequeño Rami, nombrándolo héroe y construyendo un altar para el brazalete. Pero el niño estaba tan contento por haber ayudado a todos los campesinos del pueblo, sus padres y sus vecinos, que no fue muy consciente de los vítores y los honores. Y es que, cuando se hace una buena acción, lo más importante no es el reconocimiento, sino hacer lo más correcto.


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