Cuentos de brujas: Pelea de hermanas
Érase una vez tres brujas muy inquietas que vivían con su madre a las afueras del pueblo, en una gran cabaña muy acogedora donde siempre olía a frutas del bosque y la chimenea siempre estaba encendida en los meses de frío.
Las tres brujas eran inseparables, una no iba a comer sin las otras y las otras no iban a bañarse si faltaba una. Eran tan felices juntas que en la escuela era normal verlas sentadas en la misma mesa de clase, hablando entre ellas y riendo (a veces demasiado), tanto, que sus maestras las regañaban siempre por ser muy ruidosas.
En el fondo, todos admiraban la hermosa relación que tenían las tres brujitas, que hasta hacían sus hechizos juntas e iban al bosque a recolectar bayas para todas sus pócimas. Una leía los hechizos mientras otra buscaba los ingredientes y la última los mezclaba. A veces las cosas no salían como ellas esperaban, pero no había problema, porque sabían muy bien reírse de sí mismas, como cuando sus mejillas se mancharon de salsa colorida y mal oliente y rieron hasta que les dolió la barriga.
Pero un día las cosas cambiaron y en unas de sus clases de magia, una de las hermanas derramó un poco de líquido verde en la cabeza del peluche de otra de sus hermanas por accidente. Era su peluche favorito, así que se puso muy triste y se echó a llorar:
- ¡Mira lo que hiciste! –dijo una.
- Pero no fue mi culpa –dijo la otra.
- ¡Claro que sí, es tu culpa! –explicó la primera.
- ¡Pero fue un accidente! –dijo la segunda.
- ¡Mi conejito!… Era mi peluche favorito –dijo la tercera mientras las lágrimas resbalaban a toda prisa por sus mejillas.
Y desde aquel día, todo cambió para las tres hermanas, que empezaron a estar muy molestas las unas con las otras hasta el punto de no quererse ni ver. Comenzaron a sentarse por separado en la escuela, a casi no hablar en casa y a tener amigos diferentes.
La hermana pequeña, la que había estropeado el peluche favorito de su hermana mediana, estaba muy triste porque no dejaba de culparse por lo que había pasado y por ser la causante de que ya no se hablaran. Estaba tan triste, que decidió escaparse de casa sin avisar a nadie. Sus hermanas, lógicamente, y a pesar del enfado, se quedaron muy preocupadas y comenzaron a buscarla rápidamente. Caminaron durante horas en medio del bosque buscando a su querida hermana, pero la búsqueda no daba resultados, así que por culpa de aquello la hermana mediana y la hermana mayor se pelearon de nuevo. Y así hasta que la hermana pequeña apareció:
- No peleéis más, por favor, –dijo ella- me he dado cuenta de que no tiene ningún sentido.
- Tienes razón, pero es que si me hubiera hecho caso te habríamos encontrado antes –Dijo la hermana mayor.
- ¿Eres idiota? ¡Eres tú la que no sabía por dónde ir!–Dijo la hermana mediana.
- Parad, por favor, ¿no veis que me fui de casa por culpa de no haber hablado entre nosotras?- dijo la pequeña-. Siento mucho lo que hice, pero debisteis perdonarme en lugar de dejarme de hablar, porque no lo hice queriendo.
Las otras dos hermanas quedaron calladas y se miraron entre sí muy apenadas, mientras la pequeña prosiguió:
- Haced las paces o me perderé todas las noches para ver si así dejáis de pelear.
Las otras dos brujitas se sintieron muy mal. Habían estado tan ocupadas en su pelea tonta que se habían olvidado de su otra hermana, que era la que más atención necesitaba de todas, pues era la pequeña y a veces no sabía muy bien lo que se debía o no se debía hacer. Así que decidieron dar ejemplo y pedirse perdón con un gran abrazo, y desde entonces nunca volvieron a pelearse, pues siempre lo hablaban y solucionaban pacíficamente todo primero. ¡Qué contenta estaba su mamá!
Habían entendido que, a pesar de que se cometan errores, lo importante era estar juntas apoyándose y queriéndose siempre como buenas hermanas… y pequeñas brujitas.