Cuento clásico infantil: El príncipe rana | Bosque de Fantasías

El príncipe rana

El príncipe rana

Cuento clásico: El príncipe rana

 

Érase una vez un precioso castillo, antiguo y mágico, en el que vivía una princesa rodeada de naturaleza y de un frondoso bosque verde. A la princesa le encantaba jugar en él con una pelota dorada, pues era un regalo que le había hecho su amado padre, el rey. Así, cada día, la princesa lanzaba su pelota al aire y la atrapaba, disfrutando del sonido del bosque y de la brisa suave que soplaba entre los árboles.

Sin embargo, uno de esos días, mientras jugaba muy cerca de un pozo profundo, la princesa lanzó su pelota demasiado alto. Al intentar atraparla, la pelota rebotó y cayó al fondo del pozo. La princesa se asomó al borde y vio cómo su querida pelota se hundía en el agua. Desesperada y triste comenzó a llorar, y en medio de sus sollozos, una voz suave y ronca le habló:

―¿Por qué lloras, hermosa princesa?

La princesa se secó las lágrimas y miró a su alrededor. Para su sorpresa, vio una rana sentada en el borde del pozo:

 

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―Mi pelota dorada se ha perdido en el pozo― dijo la princesa entre lágrimas.

La rana la miró con compasión y le dijo:

―Puedo recuperarla para ti, pero a cambio quiero que me prometas algo.

La princesa, dispuesta a hacer cualquier cosa para recuperar su tesoro, respondió rápidamente:

―¡Lo que sea! ¿Qué deseas?

La rana sonrió y dijo:

―Me gustaría que me llevases a tu castillo, que me dejes beber de tu vaso, comer de tu mismo plato y dormir en tu cama.

Aunque la petición le parecía extraña, la princesa aceptó sin pensarlo demasiado, segura de que una vez tuviera su pelota de vuelta, podría deshacerse fácilmente de la rana. Y así fue como la rana se sumergió en el pozo y regresó con la pelota dorada a los pocos minutos. Entonces la princesa, loca de felicidad, cogió su pelota y corrió hasta el castillo, olvidándose por completo de la rana y de su reciente promesa. Al día siguiente, durante la cena, escuchó un golpeteo en la puerta del castillo y, cuando la abrió, vio de nuevo a la rana:

―Princesa, he venido para que cumplas tu promesa―, dijo la rana.

La princesa, disgustada, cerró la puerta de golpe, pero el rey, que había oído la conversación, le preguntó qué ocurría. La princesa explicó su promesa y el rey, sabio y justo, le dijo:

―Una promesa es una promesa. Debes cumplirla.

Con resignación, la princesa dejó que la rana entrara y comiera de su plato, bebiera de su copa y, finalmente, la llevó a su habitación. Con asco, puso a la rana en una esquina de su cama. Pero cuando la princesa se acostó, la rana saltó a su lado y le pidió un beso.

 

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Aunque dudó, la princesa recordó la lección de su padre y, con un suspiro, besó a la rana. Tras esto, en ese mismo instante, la rana se convirtió en un apuesto príncipe que explicó a la joven cómo había sido hechizado por una malvada bruja en el pasado, y cómo su hechizo solo podía deshacerse con un beso.

Tras celebrar el buen final de lo ocurrido y pasar mucho tiempo juntos, el príncipe y la princesa se hicieron amigos y, con el tiempo, se enamoraron, casándose años después en una gran ceremonia. Y así los dos vivieron felices para siempre en el reino, recordando la importancia de mantener las promesas y de ver más allá de las apariencias, y comprendiendo que la verdadera belleza y el valor se encuentran en el corazón.


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