Cuento clásico: El zapatero y los duendes
Esta es la historia de un zapatero que era muy amable y muy trabajador, pero también muy pobre. A pesar de sus esfuerzos por mantener su negocio a flote, su pequeño taller había caído en desgracia. Los días pasaban y el pobre hombre veía cómo apenas tenía clientes y el material se iba acabando, hasta que un día se dio cuenta de que solo le quedaba un pedacito de cuero para hacer un último par de zapatos.
Así, lo colocó con mucho cuidado sobre su mesa de trabajo, suspiró con tristeza y decidió descansar. «Mañana los haré», se dijo a si mismo con la esperanza de que ese pequeño trozo le trajera algo de suerte. Al día siguiente, cuando el zapatero entró al taller, no podía creer lo que veían sus ojos: en lugar de cuero sin cortar…, ¡encontró un par de zapatos finamente confeccionados, de los mejores que había visto nunca! Cada puntada era perfecta y el cuero brillaba como jamás había presenciado, por lo que el zapatero se quedó maravillado con el hallazgo y sin saber cómo había sucedido.
Sin perder tiempo, puso entonces los zapatos en su escaparate y, como era de esperar, alguien los compró enseguida a buen precio. Con el dinero de aquella venta, el zapatero compró más cuero, lo suficiente como para hacer dos pares de zapatos; y tal y como había hecho la noche anterior, lo dejó sobre la mesa y se fue a dormir, curioso por ver lo que sucedía. Y…a la mañana siguiente, una vez más, el cuero se transformó en dos pares de hermosos zapatos. ¡El zapatero no podía estar más contento!
De este modo, y sin perder tiempo, puso los dos pares en su escaparate y pronto unos compradores que por allí paseaban adquirieron los zapatos a muy buen precio. Y así fue como, noche tras noche, la misma escena se repitió: el zapatero compraba más cuero, lo dejaba en su mesa y, al despertar, encontraba zapatos listos para ser vendidos. Y gracias a aquellos misteriosos zapatos que aparecían cada mañana, su suerte comenzó a cambiar dejando poco a poco de ser pobre.
El zapatero, lleno de gratitud y curiosidad, decidió averiguar quién era ese ser misterioso que le estaba ayudando, y una noche, él y su esposa se escondieron detrás de una cortina para observarlo todo. Cuando el reloj dio la medianoche, dos pequeños duendes, apenas más grandes que su mano, entraron sigilosamente al taller, completamente descalzos y vestidos con humildes harapos. Sin decir palabra, saltaron a la mesa y comenzaron a trabajar. Sus diminutas manos se movían con tal rapidez y destreza que, en poco tiempo, el cuero ya se había transformado en zapatos. Tras esto, y con una sonrisa en sus rostros, desaparecieron tan rápido como habían llegado.
El zapatero y su esposa se miraron, enternecidos por la dedicación de los pequeños duendes, que les habían ayudado tanto sin pedir nada a cambio:
—No podemos dejarlos así —dijo la esposa del zapatero—. Trabajan tan duro y no tienen ropa adecuada… tenemos que ayudarlos.
Así que esa misma noche decidieron hacerles un regalo. La esposa del zapatero cosió dos pequeños conjuntos de ropa: camisas, pantalones y unos pequeños zapatos de cuero. Cuando estuvieron listos, los dejaron sobre la mesa, en lugar del cuero, y se escondieron una vez más para ver qué ocurría.
Cuando los duendes llegaron y vieron la ropa se llenaron de alegría. Saltaron, aplaudieron y se vistieron rápidamente.
—¡Oh, qué ropa tan fina! ¡Somos los duendes más elegantes! —Exclamaban mientras giraban sobre sus pequeños pies. Y con un último salto de alegría se fueron del taller, esta vez para siempre.
El zapatero nunca volvió a ver a los duendes pero, gracias a su ayuda, su negocio floreció y nunca volvió a faltarle de nada, ni a él ni a su familia. Por eso, cada vez que cosía un par de zapatos, el viejo zapatero recordaba con cariño a los pequeños duendes que, sin pedir nada a cambio y llenos de generosidad, habían cambiado su vida y su destino para siempre.