Cuentos de Egipto: Set y la misteriosa esfinge
Érase una vez, en el antiguo Egipto, entre las doradas dunas del desierto, una misteriosa esfinge con cuerpo de león y cabeza de mujer, con los ojos tan brillantes como las estrellas en la noche más clara. ¡Era una escultura grandiosa!
Se decía que aquella misteriosa esfinge custodiaba un tesoro oculto, pero nadie sabía cuál era, a pesar de que muchos viajeros habían intentado descubrirlo y habían hecho lo posible por responder a los numerosos enigmas que planteaba la esfinge.
Un día, un joven llamado Set que vivía en un pueblo cercano, y que desde pequeño había escuchado historias sobre aquella gran estatua y sus misterios, decidió emprender su propia aventura hasta encontrarse con ella. Así, ataviado con una cantimplora, un poco de pan y un espíritu súper valiente, Set caminó por el desierto bajo el sol hasta que, al fin, la encontró.
Entonces la esfinge observó al joven con su mirada penetrante y, con una voz tan suave como el viento del desierto, dijo:
—Hola, joven viajero. Si deseas conocer el gran secreto que escondo, deberás responder adecuadamente uno de mis acertijos. ¡Pero ten mucho cuidado! Pues, si fallas…, ¡quedarás atrapado aquí para siempre!
Y Set, que no sintió ni un poquito de miedo, aceptó el reto:
—¡Estoy listo!
El joven se mostró muy decidido y, tras ello, la esfinge esbozó una extraña sonrisa y lanzó la siguiente pregunta:
—¿Sabrías decirme qué es lo que tiene cuatro patas por la mañana, dos patas al mediodía y tres al llegar la tarde?
Set frunció el ceño y pensó durante un momento, respondiendo al poco con seguridad:
—¡Es el ser humano! Porque cuando es un bebé gatea sobre cuatro patas, cuando crece camina sobre dos, y cuando es anciano usa un bastón como si fuera una tercera pierna.
Los ojos de la esfinge brillaron entonces con asombro. Por primera vez en mucho tiempo, alguien había sabido responder correctamente a su acertijo, lo que revelaba que aquel joven era alguien muy inteligente y especial.
—Has demostrado una gran sabiduría, Set, así que, como recompensa, te mostraré el gran tesoro que protejo.
Las arenas del desierto comenzaron en ese momento a temblar, y ante los ojos maravillados de Set surgió una ciudad perdida, repleta de escrituras antiguas, templos y montones de conocimientos olvidados.
—Pero recuerda que la mayor riqueza no es el oro ni las joyas —dijo la esfinge—, sino el conocimiento y el espíritu decidido. Usa ambos para ayudar a tu pueblo y hacer siempre el bien. ¡No lo olvides!
Set se inclinó entonces ante la esfinge en señal de respeto y, con el corazón lleno de emoción, regresó a su hogar. Tras su gran aventura, Set no dudó en compartir todo lo aprendido, convirtiéndose en un líder sabio y justo. Gracias a ello, y al conocimiento y las riquezas obtenidas, su pueblo prosperó y brilló desde entonces como los ojos de Set brillaron el día que conoció y aceptó el reto de la misteriosa esfinge.
Desde aquel día, la esfinge continuó custodiando su secreto, esperando al siguiente viajero que fuese digno de descubrirlo y beneficiarse de él, y Set guardó para siempre también el secreto de aquel gran tesoro, capaz de iluminar a la gente incluso más allá del propio sol.