Cuento de Halloween: Un Halloween diferente | Bosque de Fantasías

Un Halloween diferente

Un Halloween diferente

Cuento de Halloween: Un Halloween diferente

 

Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de niebla, árboles viejos y hojas secas, una bruja llamada Griselda. Ella era conocida por asustar a todos los niños en Halloween con su risa estruendosa —¡muajajaja!—, su cabello despeinado y su escoba mágica, que hacía un ruido espeluznante cuando volaba por el cielo oscuro.

Cada año, cuando el 31 de octubre llegaba, Griselda se aseguraba de que ningún niño del pueblo pudiera dormir tranquilo. Se escondía en las sombras, lanzaba hechizos que hacían a las puertas crujir, a los gatos negros aparecer… y llenaba el aire con su risa malvada.

 

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Pero un día Griselda se cansó de asustar siempre a los mismos niños:

—¡Esto ya no es divertido! Necesito un nuevo lugar, con niños que aún no me conozcan —pensó mientras pulía su escoba con un trapo viejo.

Entonces Griselda decidió que era hora de volar muy lejos de aquel pueblo y de buscar un nuevo lugar en el que sus travesuras fuesen mejor apreciadas. Así, un 31 de octubre por la mañana, Griselda se subió a su escoba y voló lo suficientemente lejos como para cruzar montañas, océanos y tierras desconocidas. Voló y voló hasta que el aire frío del norte empezó a cambiar, y justo en ese momento notó que algo andaba mal.

—¿Dónde están las hojas secas? ¿Y la niebla? ¿Por qué no siento el frío en mis viejos y malvados huesos? —se preguntó con mucha curiosidad.

Griselda miró hacia abajo y se dio cuenta de que ya no estaba en su pueblo oscuro. Había llegado a un pueblecito del sur de América donde, en la festividad de Halloween, en lugar de frío y viento hacía calor, y donde el sol brillaba y las personas usaban sombreros de playa y sandalias.

—Esto es extraño — pensó la bruja mientras aterrizaba cerca de una pequeña aldea cerca de la costa— Pero bueno, los niños son niños y estoy segura de que aquí también les asustará una bruja traviesa como yo.

Y con su risa malvada lista para usar, Griselda caminó por el pueblo esperando encontrar niños a los que poder asustar. Pero, para su sorpresa, los niños no estaban disfrazados ni recogían caramelos en las casas. ¡Estaban en la playa jugando con pelotas, construyendo castillos de arena y nadando en el mar! Aquello hizo que Griselda frunciese el ceño, acercándose al poco a unos niños que reían y chapoteaban en el agua:

—¡Muajaja! —dejó salir su risa malvada, agitando sus manos en el aire con intención de asustarlos. Pero los niños, demasiado ocupados, solo la miraron curiosos.

 

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—Hola, señora —dijo uno de los niños—. ¿Quiere jugar con nosotros? Estamos construyendo un castillo de arena.

Griselda parpadeó sorprendida. ¿Jugar? ¡Ella no jugaba! ¡Ella asustaba! ¡Era una bruja y la más tenebrosa de todas! Pero los niños no parecían tener ni el más mínimo miedo, al contrario, estaban disfrutando tanto que ni siquiera se dieron cuenta de los intentos de Griselda por resultar espeluznante.

—Esto es ridículo —murmuró la bruja—. Nadie aquí le teme a una bruja en Halloween.

Y tras aquellas palabras se sentó en la arena, y mientras veía a los niños reír y correr por la playa, empezó a sentirse algo diferente. Pero no era una sensación de miedo, ni rencor. Era… ¡pura tranquilidad! El calor del sol y la brisa marina le hicieron sentirse como nunca, y después de unos minutos de reflexión, Griselda soltó un suspiro:

—Tal vez asustar no es tan divertido después de todo —pensó—. Y quizás, solo quizás, es posible que sea hora de que yo también disfrute un poco.

Así que Griselda, la bruja que solía llenar de terror su pueblo, decidió hacer algo que jamás había hecho antes: ¡tomarse unas vacaciones! Guardó su escoba, cambió su vestido oscuro por uno blanco, se puso un sombrero de paja y alquiló una pequeña cabaña cerca de la playa. Durante el día tomaba el sol, nadaba en el mar y, a veces, hasta ayudaba a los niños a construir castillos de arena.

Griselda había encontrado la felicidad por fin en otro sitio y en algo diferente, convirtiéndose enseguida en la vecina más simpática de aquel pueblito, y conocida por todos los niños del pueblo como la mejor amiga para jugar en Halloween… ¡o en cualquier otro día del calendario!


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