Cuento: El ovillo de lana más grande del mundo
A la abuela de Aitana le gustaba mucho tejer, y como era algo mayor ya y no podía trabajar cuidando de los animales de su granja, solía pasar mucho tiempo tejiendo jerséis para su nieta. También tejía guantes, gorros y muchas otras cosas más, y a Aitana le gustaba mucho todo lo que tejía y lo usaba a todas horas, especialmente cuando los días eran muy fríos, porque era una abuela muy moderna. ¡Casi ni parecía una abuela!
Un día sucedió que la abuela recibió un paquete desde un sitio muy, muy lejano. Era un paquete enorme enviado por alguien que parecía ser un familiar suyo y, al abrirlo, las dos descubrieron que lo que había dentro era una enorme bola de lana, posiblemente la más grande del mundo entero.
—Oh, Aitana, ¡qué de cosas te podría tejer con este montón de lana! ¡Podría hacer incluso abrigos para todos los animales de la granja! —dijo muy entusiasmada la abuela.
Aitana se rió mucho con aquello y se sintió muy dichosa de ver tan contenta a su abuela. ¡Era un regalo tan inesperado! Y se comieron tan ricamente unas dulces natillas caseras para celebrarlo. Al día siguiente, cuando la abuela se levantó preparada para empezar a tejer sin parar, la gran bola de lana ya no estaba.
—¡Nos han robado, nos han robado! —gritó la abuela.
Ante aquel alboroto Aitana rápidamente se despertó, encontrándose también con la triste noticia. La abuela de la pequeña no pudo contener entonces las lágrimas por la desilusión, y por no poder cumplir todos los planes que había hecho tras recibir el gran paquete. Entonces Aitana, que no podía ver llorar a su abuelita, decidió ayudarla a encontrar el gran ovillo de lana. Primero buscó en la habitación de la abuela, pero ahí no se encontraba; luego por todo el salón de la casa, pero tampoco estaba allí; después se dispuso a buscar debajo de las camas y dentro de los armarios, y nada de nada… Solo cuando la pequeña llegó a la cocina pudo encontrar al fin una pequeña pista con la que resolver aquel extraño misterio:
—¡Ajá! —dijo Aitana— Quien se llevó la gran bola de lana no se dio cuenta de que se estaba desenredando, por lo que tenemos un gran hilo del que tirar para resolver el caso. ¡Vamos, abuela!
El rastro del ovillo de lana era muy largo, tanto, que la pequeña Aitana terminó rodeando la casa de su abuelita varias veces, como si el ladrón hubiese estado dando vueltas en círculos con el ovillo. Luego el rastro la condujo al campo, donde estaban las ovejas, y dando vueltas también alrededor de ellas llegó hasta el último árbol del camino, donde el patrón del rastro cambiaba y comenzaba a subir.
Entonces Aitana, que aunque chiquitita era muy ágil, subió un poco por el tronco del árbol, pero el rastro llegaba mucho más arriba y la pequeña ya no pudo subir más. Cuando Aitana se dio cuenta de que el ladrón estaba casi en la punta del árbol, buscó una escalera con la ayuda de su abuela y escaló hasta casi la cima del árbol, llevando un palo en la mano para asustar al ladrón.
—¡Te tengo, ladrón! —gritó Aitana.
Pero entonces pudo comprobar que el ladronzuelo no era ninguna persona malvada, sino un precioso gatito que le resultaba familiar: ¡era el gato de la abuela, que era muy suyo, y al que le gustaba mucho viajar! Chiqui, que así se llamaba, estaba muy asustado y cubierto completamente de lana, pues se había enredado en el ovillo e intentando escapar se enredó aún más. ¡Había extendido la lana por toda la granja!
—¡Oh, Chiqui! ¡Mira la que has liado, pequeñín! —dijo Aitana.
Y tras un maullido muy tierno de arrepentimiento, Aitana lo cogió en brazos haciéndole saber que no había nada que temer. Una vez repuestas del susto, Aitana y la abuela comenzaron a recoger con paciencia toda la lana y formaron un ovillo de nuevo mientras el gatito correteaba a su alrededor, haciendo cabriolas y gestos graciosos para animarlas. Así, y aunque quedaba aún mucho trabajo por hacer, Aitana y su abuela recuperaron la alegría y la ilusión, conscientes de que todo trabajo duro es mucho menos duro si se hace en compañía y con amor. ¡Y humor!
Finalmente el gran ovillo de lana volvió a coger la misma forma que tenía cuando salió del paquete y de nuevo lo celebraron con unas deliciosas natillas (sin perder a Chiqui de vista esta vez), antes de que la abuela se pusiese al fin a tejer.
¡Qué invierno más calentito pasaron en la granja, todos con su jersey!