Cuento de Navidad: El regalo de Baltasar
Se cuenta que hace mucho, pero muchísimo tiempo, uno de los tres Reyes Magos casi no va al viaje más importante de su vida. Sí, estamos hablando de Baltasar. Mientras Melchor y Gaspar ya tenían preparados sus regalos para el niño que iba a nacer en Belén, Baltasar aún andaba por ahí, pensando y repensando qué regalarle. El oro, el incienso y la mirra eran regalos geniales, de esos que solo le das a alguien importante. Pero claro, aunque Jesús iba a ser un rey, ¡también era un niño! Y Baltasar pensaba que quizás preferiría algo para jugar.
Así que, en vez de partir enseguida, Baltasar se fue a dar un paseo por su tierra para buscar ese regalo tan especial. Primero fue a ver a un famoso carpintero que hacía unos juguetes de madera que eran una auténtica maravilla.
—¿Qué le llevo al niño que va a reinar sobre el cielo y la tierra? —le pregunta Baltasar.
El carpintero, emocionado, le mostró su obra maestra: un juguete de madera tallado con un montón de detalles, tan bonito que parecía de otro mundo. Pero Baltasar, al mirarlo, sintió que no era el regalo adecuado. “Demasiado fino para jugar”, pensó. Le dio las gracias al carpintero y siguió su camino. Después, fue a ver a un comerciante muy importante de la región:
—Necesito un regalo para el rey niño que va a nacer en Belén. ¿Qué me recomienda? —preguntó Baltasar.
El comerciante le mostró un caballo blanco, enorme y majestuoso, el más caro de su establo, y Baltasar lo observó pensando: “Este caballo sería un regalo genial para un noble… pero no para el niño Dios”. Así que, agradecido, también lo rechazó y siguió buscando.
Así, a medida que pasaba el día, Baltasar empezaba a desanimarse. No encontraba nada que le pareciera adecuado, y ya pensaba que quizás lo mejor sería llevar el oro, el incienso y la mirra. Pero, justo cuando estaba paseando por las calles y dando vueltas a la cabeza, Baltasar se encontró con un niño huérfano que jugaba solo. El niño tenía la ropa viejita y andaba jugando feliz con un trozo de metal que no parecía nada especial.
Entonces Baltasar, curioso, se arrodilló y preguntó al niño:
—Pequeño, si tuvieras que regalarle algo al rey de todos los hombres, ¿qué le darías?
El niño, sin pensarlo dos veces, le mostró el pedazo de metal y dijo:
—Le daría esto, pues es lo que más quiero en el mundo. Así que lléveselo y dígale que es de mi parte… ¡Me llamo Alejandro!
Baltasar sintió una calidez en el corazón que nunca había sentido. Aquella respuesta tan sincera era justo lo que necesitaba oír, por lo que agradeció al niño su valioso regalo y le prometió regresar para agradecérselo como era debido. Y con el trocito de metal en la mano, Baltasar se sintió listo para unirse a Melchor y Gaspar.
Fue así como los tres Reyes Magos viajaron juntos hasta Belén. Melchor dio el oro, que simbolizaba la realeza; Gaspar entregó el incienso, que representaba la divinidad; y Baltasar, finalmente, con una gran sonrisa y un corazón lleno de gratitud, entregó la mirra y el humilde trocito de metal que el pequeño Alejandro le había dado.
Aquella noche, un ángel se le apareció en sueños al rey Baltasar y le dijo:
—Tu regalo fue el más grande de todos, Baltasar, porque representa la sencillez y la pureza del corazón. A veces el mejor regalo no es el más caro, sino el que lleva el amor más sincero.
Al despertar, Baltasar volvió a su tierra y buscó al pequeño Alejandro. Cumplió su promesa y cuidó del niño como si fuera de su propia familia, y así el humilde regalo de un niño sin riquezas quedó grabado en la historia como el mejor símbolo de que, para el Rey de reyes, el amor más puro es el mayor de los tesoros.