Gustavo y la bicicleta perdida

Gustavo y la bicicleta perdida

Cuento: Gustavo y la bicicleta perdida

 

Todo el mundo sabe que es Papá Noel quien entrega los regalos en casa de los niños bajando por la chimenea y vestido con un traje rojo y abrigado, porque en Navidad suele hacer mucho frío. Pero no todos saben quiénes son los que hacen los juguetes que entrega Papá Noel en Navidad. Pues esos son los duendes, amiguitos, pequeños seres de color verde, parecidos a los seres humanos, que trabajan durante el año en los talleres de Papá Noel, situados en un sitio inexplorado del Polo Norte.

Uno de esos duendes, de nombre Gustavo, trabajaba en la sección de las bicicletas. Gustavo amaba su trabajo y siempre daba lo mejor de sí para que todas las bicicletas fueran rápidas y se vieran muy bien, y todo con el fin de que los niños disfrutaran un montón con ellas. También adoraba andar él mismo sobre una bici, e iba de su casa al taller y luego del taller a su casa en una bicicleta roja que era su orgullo.

 

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Pero lo cierto es que había sucedido algo muy triste e inesperado: ¡su bicicleta se había roto! Sí, sí. Un día que volvía del taller a casa, tropezó con una roca que no se podía ver con la nieve y cayó al suelo. Gustavo, por suerte, no se hizo nada, solo unos raspones, pero la bicicleta… ¡eso era otra historia! Aunque intentó repararla, aquella bicicleta roja, que era su orgullo, ya no volvió a ser tan veloz y tampoco volvió a verse tan bonita como solía, pues estaba rota y llena de parches.

Entonces, cuando se acercaba la Navidad y Gustavo y los otros duendes debían dar los toques finales a los regalos para los niños, el duendecillo se dio cuenta de que faltaba una bicicleta en el taller. Se trataba de una bicicleta en la que había trabajado con mucho esmero, de color negro, y que tenía dibujadas unas llamas en los laterales, pues era tremendamente veloz y apta para usar en cualquier terreno, especialmente en la nieve.

Gustavo era un duende muy responsable y no podía permitir que un niño se quedase sin su regalo de Navidad, por lo que se preocupó mucho. Visitó cada rincón de los talleres buscando la bicicleta y habló con otros duendes, preguntándoles qué podía haber sucedido. Incluso recurrió a Papá Noel, que todo lo sabía, pero ni siquiera él tenía pistas  sobre la bicicleta perdida.

Decepcionado consigo mismo por haber permitido que una de las bicicletas desapareciera delante de sus narices, Gustavo volvió a su casa. La Navidad se acercaba y ya no había nada que hacer. “¡Pobre del niño que se haya quedado sin su regalo!”, se decía mientras caminaba cabizbajo.

Y así los días pasaron y llegó la Nochebuena. Gustavo había intentado hacer una bicicleta para reemplazar la que se había perdido, pero no había tenido suficiente tiempo, por lo que fue imposible. Era la víspera de Navidad y Gustavo se encontraba totalmente desencantado, por lo que no quiso celebrar nada con el resto de los duendes y se fue a dormir temprano. Al despertar, Gustavo ni siquiera recordaba qué era la Navidad, pero pronto se topó con el enorme y bonito árbol que él mismo había puesto ya un mes atrás, y junto al árbol había regalos… ¡y uno era la bicicleta que tan arduamente había estado buscando!

 

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El valioso regalo llevaba, además, una carta colgando que decía: «Para Gustavo, que tanto se esfuerza en hacer bicicletas para que los niños se diviertan. Por eso también es importante que él disfrute y sea feliz,  ¿y qué mejor forma de hacerlo que junto a la bicicleta que con tanto cariño hizo y persiguió? Sigue así, buen trabajo. Atentamente: Papá Noel».

Con los ojos llenos de lágrimas Gustavo salió a la calle a probar su nueva bicicleta. Los demás duendes estaban fuera, en la nieve, jugando también con sus regalos de Navidad y lanzándose algunas bolas, pero ninguno se veía tan feliz como Gustavo, que iba de un lado a otro sobre la bicicleta absolutamente feliz e ilusionado, como si fuera un niño.


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