Cuento de Navidad: Las palabras mágicas
Había una vez, en un pequeño pueblo cubierto de nieve y ubicado tan al norte que no se veía en algunos mapas, vivía una niña llamada Sofía. La pequeña Sofía tenía el cabello castaño y unos ojos brillantes como adornos de Navidad, pero había algo que sus padres y amigos notaban: casi nunca decía la palabra “gracias”.
Y es que Sofía pensaba que era innecesario decir aquella palabra, pues si todos saben que hacen el bien, para qué decirles todo el tiempo gracias. ¡No tenía sentido! O al menos eso creía Sofía. No fue hasta que un día, mientras caminaba por el bosque para recoger piñas de pino con su abuelo, se encontró con un conejo blanco que parecía estar buscando algo entre la nieve. Intrigada, Sofía se acercó:
—Hola, conejito, ¿qué estás buscando? —preguntó Sofía.
El conejo, levantando sus largas orejas, respondió:
—Estoy buscando mi gorro de lana roja, que se me cayó mientras saltaba por aquí. Me lo tejió mi mamá para el invierno, y es muy especial para mí. Si lo perdiera, me sentiría muy triste.
Sofía miró alrededor y rápidamente vio algo rojo que sobresalía bajo un arbusto. ¡Seguramente el viento había arrastrado el gorro hasta ese escondite! Y corrió hacia allí, encontrando el gorro del conejo y entregándoselo con una gran sonrisa:
—¡Oh, muchas gracias, niña!
Pero Sofía ni siquiera escuchó aquellas palabras de agradecimiento, pues se había marchado rauda y veloz. El conejo, sorprendido al no recibir ninguna respuesta, entendió que la pequeña aun no había descubierto las palabras mágicas.
—Qué terrible, espero que pronto las aprenda.
Y sin pensarlo ni un minuto más, el conejo se fue saltando, aunque esta vez teniendo cuidado de no perder su gorrito rojo. Las horas avanzaron con piernas largas y la noche llegó con su manto oscuro para arropar a las criaturas del mundo. Sofía estaba muy emocionada por los regalos de Navidad, así que tuvo dificultades para conciliar el sueño, pero, cuando finalmente se quedó dormida, en su sueño apareció una estrella brillante que empezó a hablarle:
—Sofía, he notado que no usas las palabras mágicas, como gracias o de nada, y estas palabras tienen un poder especial. Cuando las dices, creas magia a tu alrededor.
—¿Palabras mágicas? Yo no necesito magia, solo quiero mis regalos de Navidad.
La estrella resplandeciente sonrió y decidió mostrarle lo que sucedía cada vez que no decía gracias. De repente, Sofía fue transportada a un salón lleno de personas que la rodeaban, pero todos tenían expresiones tristes o confundidas. Primero vio a su mamá, que siempre le preparaba su desayuno favorito.
―Nunca me dice ‘gracias‘― decía su mamá con una pequeña lágrima en el ojo― ¿Será que hago algo mal o que no merezco alguna palabra bonita?
Luego vio a sus amigos, que siempre compartían sus juguetes con ella:
―Sofía nunca nos dice gracias ―murmuraban― no importa lo mucho que nos esforcemos, ¡no le importa nada!
Y Sofía se sintió extraña al ver todo aquello. Nunca había pensado que otras personas podrían sentirse mal porque ella no decía nunca las palabras mágicas, así que quiso arreglarlo de inmediato. Así, la estrella la llevó de vuelta a su cama y, antes de desaparecer, susurró:
—Es Navidad. ¡Intenta usar las palabras mágicas y verás la diferencia!
Con esto, Sofía se despertó con una nueva sensación en el corazón: al bajar las escaleras vio que había una caja brillante debajo del árbol de Navidad con su nombre, y era una caja que no se parecía a las demás. No tenía lazos ni papeles de colores, sino que era sencilla, y con una pequeña nota que decía: “el mejor regalo del mundo”. Entonces la pequeña abrió la caja y encontró una pequeña campanilla dorada con una breve inscripción: “Recuerda las palabras Mágicas: muchas gracias”. Intrigada, Sofía decidió probar el mensaje, y cuando su mamá le dio el desayuno dijo:
—¡Muchas gracias, mamá!
Justo en aquel momento la campanilla emitió un pequeño y alegre sonido, y su mamá sonrió como nunca lo había hecho. Luego, cuando su papá le ayudó a ponerse su abrigo nuevo, Sofía dijo:
—Gracias, papá.
Y el sonido de la campanilla se escuchó una vez más, llenando la casa con un eco mágico…
Desde aquel momento todos notaron el cambio, y Sofía se dio cuenta de que cada vez que decía gracias, el mundo a su alrededor cambiaba lentamente; tanto, que era difícil de notar si no ponía atención. Y es que a veces, amiguitos, cuesta notar el cambio bueno que hacemos en el mundo, pero esa noche, mientras Sofía se sentó junto a su árbol de Navidad, comprendió que lo más importante no era el tener juguetes para ser feliz, sino usar las palabras mágicas y demostrar a sus seres queridos lo mucho que apreciaba todo cuanto hacían por ella.