Carlota y el cielo brillante
En un reino muy lejano vivía una princesa llamada Carlota, una niña amable y risueña a la que todos adoraban. Carlota pertenecía a un lugar con una tradición muy especial: cada noche… ¡todos los habitantes se dormían contando estrellas! Y es que, desde pequeños, aprendían a mirar el cielo antes de dormir y, al contar las estrellas una a una, se sentían tranquilos y caían en un sueño profundo y reparador, levantándose al día siguiente descansados y listos para trabajar.
De este modo, Carlota, como todos en el reino, amaba mirar las estrellas. Incluso tenía su propio rinconcito en el castillo donde se sentaba cada noche, con su pequeña linterna mágica en la mano, para contar las estrellas antes de irse a dormir. Una pequeña linterna que no solo le permitía ver las estrellas más de cerca, sino que también brillaba con un resplandor cálido que le daba paz.
Pero una noche, cuando el sol se escondió y Carlota se preparó para su ritual nocturno, algo extraño sucedió: al mirar al cielo, la pequeña princesa notó que no había ni una sola estrella aquella noche. ¡El cielo estaba completamente oscuro y todas habían desaparecido! Entonces Carlota frotó sus ojos pensando que estaba soñando, pero las estrellas habían desaparecido de verdad. ¡Todas y cada una de ellas! Y por ello, en todo el reino, nadie pudo conciliar el sueño, pues todos necesitaban a las estrellas para poder quedarse dormidos.
Al poco, todas las ventanas del castillo se iluminaron y Carlota pudo escuchar a los habitantes del reino hablando preocupados: “¿Cómo podremos dormir sin nuestras estrellas?”, decían. Y Carlota supo en aquel justo instante que debía hacer algo. Tomó su pequeña linterna mágica y decidió buscar ella misma una solución para ayudar a su pueblo. Así, subió a la torre más alta del castillo desde la que se podía ver muy bien todo el cielo, y allí justo se sentó a pensar:
- Si las estrellas no están en el cielo, lo más probable es que estén perdidas… y si están perdidas, quizás necesiten un poco de ayuda para regresar —dijo la princesa.
Con paciencia, encendió su linterna y apuntó hacia el cielo oscuro, que proyectó un pequeño rayo de luz, tan brillante como la luz de una estrella. Después de hacer esto, una pequeña y solitaria estrella, tan pequeña que podía haberle pasado desapercibida, surgió en el cielo. Carlota supo entonces qué era lo que tenía que hacer. Si iluminaba el cielo y contaba las estrellas…, ¡estas aparecerían y poblarían de nuevo el firmamento!
- Contaré cada estrella una por una —dijo Carlota con determinación— y así volveremos a tener el cielo que tanto nos gusta a los habitantes de este reino.
La pequeña sabía que, aunque la tarea parecía imposible, la paciencia sería su mayor aliada. Y así con cada destello de la linterna, una pequeña estrella reaparecía en el cielo. Al principio eran pocas, pero Carlota no se rindió. Siguió contando y encendiendo su linterna e iluminando el cielo poco a poco, y así pasaron las horas. A pesar del esfuerzo, la pequeña Carlota cada vez se sentía con más energía, pues con cada estrella que volvía a resurgir el cielo se llenaba de más luz y más belleza, y así fue hasta que todo el reino quedó bañado del brillo de miles de estrellas.
Cuando la última estrella volvió a su lugar, el cielo resplandecía con más fuerza que nunca. Entonces Carlota, exhausta pero feliz, sonrió al ver que el reino estaba en paz de nuevo, y por fin las luces de las casas se apagaron una tras otra y la calma volvió a envolverlo todo.
A la mañana siguiente, los habitantes del reino despertaron agradecidos: “¡Gracias, princesa Carlota!¡Gracias por traernos nuestras estrellas de vuelta! Y la princesa les sonrió, muy satisfecha por lo que había logrado: devolver las estrellas al cielo de la noche y demostrar a su pueblo que, a veces, las cosas más pequeñas y brillantes, como las estrellas o un simple acto de amor y paciencia, son las que iluminan nuestros suelos y nos dejan dormir tranquilos.