El mono y las lentejas

El mono y las lentejas

Fábula: El mono y las lentejas

 

Érase una vez, en un camino que conectaba dos pueblos vecinos, un hombre que caminaba con paso alegre para vender sus lentejas. Había trabajado duramente para cosechar una gran cantidad y tenía grandes esperanzas de vender sus nutritivas legumbres en el siguiente pueblo, donde le pagarían muy bien por su valioso producto. Iba a buen paso para llegar pronto a la venta y, con suerte, volver a su casa antes del anochecer.

Así caminó sin parar, pero el sol de verano era tan fuerte que, a pesar de contar con la sombra de los árboles repartidos por todo el bosque, el hombre muy pronto se sintió acalorado y cansado por la larga caminata, y tuvo que detenerse algunos momentos para no desmayarse.

—Un poco de descanso no retrasará mi viaje—, pensó el hombre secándose el sudor de la frente− buscaré un lugar adecuado y pararé unos minutos.

Con esto en mente, muy pronto encontró un frondoso árbol y tomó asiento, disfrutando de la comodidad de sus grandes raíces. En el descanso de la sombra sus ojos se volvieron más pesados y el hombre se fue quedando dormido, con todas sus lentejas descuidadas.

En ese momento, un mono que saltaba de rama en rama descubrió al hombre dormido. Estuvo observándolo con mucha atención durante algunos minutos, antes de notar que, junto al hombre, había un gran saco que parecía contener algo muy pesado e interesante. Con la agilidad de sus patas y su cola, el mono pudo acercarse silenciosamente y abrir el saco del hombre, encontrando el gran tesoro en su interior:

—¡Son lentejas de verdad! —pensó muy emocionado el mono, oliendo con gusto las legumbres y hundiendo sus manos en el saco− Las lentejas son realmente deliciosas…, ¡me gustan tanto!

Sin poder evitar la tentación, el mono tomo un gran puñado de lentejas; uno tan grande, que su mano pequeña apenas podía sostenerlas. Entonces escaló con gran agilidad las ramas del árbol donde el hombre descansaba y comenzó a comerse las legumbres con gusto, sin embargo, había tantas que, en un descuido, se cayeron algunas de sus manos al suelo.

—¡Oh, no, mis lentejas! —se quejó el mono.

Y aunque aún tenía suficientes para comer, sentía que necesitaba muchas más. También pensó que el hombre tenía demasiadas y no sería malo coger algunas más, aunque ya no necesitara tantas. De este modo comenzó a bajar las ramas, pero tropezó al tener una de sus manos ocupadas y, para evitar una fea caída, el mono tuvo que soltar todas las lentejas y agarrarse con fuerza.

Las lentejas que cayeron fueron directamente a la cabeza del hombre, que se despertó de inmediato y, aun adormilado, recogió su saco y su carretilla para seguir su camino. ¡Qué faena! El mono se quedó sentado en la rama pensando que por ser avaricioso y no conformarse con lo que tenía, lo había perdido todo. Y es que es muy importante apreciar lo que tenemos y conformarnos cuando no necesitamos nada más, amiguitos, pues corremos el riesgo de perderlo todo.

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