Leyenda turca: Los calcetines de San Nicolás
Cuenta una vieja leyenda turca que, hace muchos, muchos años, vivía un hombre con sus tres hijas llamadas Hazan, Sila y Nor en una humilde cabaña en los valles de Licia. El hombre había enviudado muchos años antes, por lo que era el único sostén del hogar, pero, aunque trabajaba muy duro todos los días y sus pequeñas hijas eran muy felices, lo cierto es que el dinero nunca era suficiente para todos ellos, aunque procurase disimular.
Y así el tiempo pasó y las chicas fueron creciendo, convirtiéndose en tres hermosas señoritas que iban perdiendo la alegría y se iban volviendo más egoístas, sin comprender que a su padre el dinero no le alcanzaba para nada. El padre, por su parte, las contemplaba con tristeza pensando que nunca podrían avanzar ni marcharse de casa, pues nunca tendría dinero suficiente para ayudarlas a todas.
Debes saber que por aquel entonces, era costumbre que, si una mujer se casaba, su familia diese una dote para la prosperidad del matrimonio, pero ellos eran tan pobres que jamás podría entregarles algo así, pues ni siquiera tenían para zapatos, por lo que debían andar por la nieve con unos gruesos calcetines que apenas protegían del frío y que había que lavar casi cada noche.
Un día las tres muchachas volvieron de la calle quitándose los calcetines y colgándolos a secar sobre la chimenea, como de costumbre, cuando de pronto su padre, que se encontraba trabajando en su taller, escuchó llorar a sus tres hijas de forma desconsolada. Creyendo que se habían lastimado o que había ocurrido un accidente, el hombre corrió hasta donde se encontraban sus hijas para averiguar qué les sucedía y, escondido, escuchó sus conversaciones:
—Chicas, me he enamorado de un maestro, pero nunca podremos casarnos porque somos muy pobres y no tenemos nada —dijo Hazan.
—Yo me he enamorado de un soldado, pero somos tan pobres que jamás sabrá que existo ni se casará conmigo—dijo Sila.
—Pues yo también me he enamorado, hermanas, de un músico que, con su violín, toca las más hermosas melodías que existen para mí. Sin embargo, y al igual que vosotras, creo que nuestro amor es imposible, pues nunca podremos salir de esta casa —concluyó Nor.
Después de decir todo aquello las hijas del campesino lloraron a moco tendido, disimulando para que su amado padre no las viera, y al poco se puso a llorar el también, pues poco podía hacer salvo lamentarse. Así, el resto de la tarde, rodaron por sus mejillas un montón de amargas lágrimas, casi más que las de sus hijas, mientras continuaba trabajando sin descanso en el campo.
Sin embargo, lo que ellos no sabían es que habían siendo observados…Y es que, el obispo de aquella región, cuyo nombre era Nicolás, había ido a visitar aquel día al padre de las jóvenes por un encargo, encontrándose con aquella escena en una de las pocas ventanas que había en la cabaña. Entonces, al ver todo lo que sufría aquella familia y el amor que se tenían, decidió hacer algo para ayudar.
Era la víspera de Navidad, y la nieve caía haciendo muy frío el ambiente, por lo que todos permanecían en sus casas esperando a que se secaran los calcetines para el día siguiente. Entonces el obispo, decidido a ayudar a aquella buena gente, volvió para vestirse con su ropa más abrigada, que era un traje rojo con un gorro y unas botas también rojas y, mientras todos dormían, entró silenciosamente en la casa y dejó un montón de regalos frente a la chimenea, incluidas algunas monedas de oro entre los calcetines, que aún colgaban de la cuerda.
Al día siguiente, cuando despertaron, Hazan, Sila y Nor encontraron el dinero en los calcetines: “¡Es un regalo de Dios!”, decían, sin caber en sí mismas de felicidad. Y esa misma mañana supieron que algún día podrían abandonar el hogar para ser felices y formar sus propias familias, lo que hizo también muy feliz a su padre, que al fin pudo jubilarse y descansar.
De este modo, y al ver todo el bien que había hecho con su pequeño gesto, el obispo Nicolás decidió hacer lo mismo todos los años con otras muchas familias, y así fue cómo, desde entonces, aquel gesto se convirtió en una tradición que perdura hasta nuestros días, pues aún en muchos lugares San Nicolás lleva regalos a aquellos que más lo necesitan, así como a los niños que evitan portarse mal.