Leyenda: El color de los pájaros
Cuenta una antigua leyenda hindú que, al principio de los tiempos, todos los pájaros eran del mismo color marrón. La única manera en la que se podían diferenciar era por su forma y por sus nombres, pero todos tenían las plumas de los mismos colores.
Y así los pájaros vivieron mucho tiempo sin preocuparse por ser todos del mismo color, hasta que un buen día, viendo lo hermoso de los colores de las flores, sintieron envidia de ellas. Por eso, al poco tiempo se dirigieron a la Madre Naturaleza pidiéndole que les cambiara los colores a todos. Y ella aceptó, pero con la condición de que pensaran muy bien los colores que querían para su cambio, porque solo podrían hacer el cambio una vez.
El águila fue quien se encargó de llevar la noticia a todos los pájaros, volando y gritando desde el cielo:
—La semana que viene, en el claro del bosque, habrá una reunión para cambiar de color gracias a nuestra Madre Naturaleza.
Tras aquel mensaje del águila, todos los pájaros se pusieron muy nerviosos, pues debían pensar muy bien cómo querían ser, pues solo podrían cambiar una vez. Cuando llegó el gran día, todos los pájaros se reunieron muy emocionados en el claro del bosque, alrededor de la Madre Naturaleza:
—Muy bien —les dijo la Madre Naturaleza—, espero que ya sepáis el color que deseáis tener.
La señora urraca fue la primera en dar un paso al frente:
—A mí me gustaría que mis plumas fueran negras, con un tono azulado cuando sean iluminadas por el sol. También quiero blanco el pecho y blanca la pluma de las alas, si es posible…
—Concedido —dijo la Madre Naturaleza.
Tras esto sacó su gran pincel y una variada paleta de colores y, con unos pocos movimientos, hizo que la urraca tuviera los colores que había pedido.
Luego el periquito dio un paso al frente:
—Yo quiero tener manchas azules, blancas y amarillas por todo el cuerpo, si es posible…
—Concedido —respondió la Madre Naturaleza.
El siguiente fue el pavo real, que era muy vanidoso:
—Yo quiero los mejores colores que tengas en tu paleta, y en abundancia, porque quiero que todos siempre se giren al verme. Quiero rojos, amarillos, dorados, verdes, azules… ¡todos!
—Concedido —y con varios movimientos de pincel, la Madre Naturaleza pintó las plumas del pavo real.
Luego se acercó el canario, diciendo:
—A mí me gusta la luz del sol y quiero parecerme a él, así que me gustaría que me pintaras de color amarillo.
—Concedido —dijo la Madre Naturaleza.
Y cogiendo la pintura del mismísimo sol, pintó al canario de color amarillo.
De esta forma siguieron pasando los pájaros, uno tras otro, hasta que los colores de la paleta de la Madre Naturaleza terminaron agotándose.
—Bueno —les dijo cuando los colores se agotaron—, creo que mi trabajo aquí está hecho, así que espero que estén satisfechos.
—Pero, aún falto yo… —dijo el gorrión—. Yo vivo muy lejos, y por eso he tardado tanto en llegar.
—Lo siento, pero ya no quedan más colores en mi paleta —dijo la Madre Naturaleza.
El escuchar aquello hizo que el gorrión se entristeciera y, al verlo de esa forma, la Madre Naturaleza tuvo una idea…
—¡Espera! —Le dijo al gorrión—, Creo que encontré un poco de color en mi paleta.
Tomando su gran pincel logró sacar de la paleta un poco de color amarillo, y con esa pequeña gota se acercó al gorrión y pintó una pequeña mancha en la comisura de su pico.
Y así fue como todos los pájaros recibieron los colores que les caracterizan hoy en día gracias a la generosa y sabia Madre Naturaleza.