El fuego del petirrojo

El fuego del petirrojo

Leyenda irlandesa: El fuego del petirrojo

 

Aquella noche en que nació el Niño Jesús, el viento frío soplaba como no se recordaba en el pueblo de Belén. Como el establo donde se encontraba la Virgen con Jesús no tenía puertas, sino que era abierto, ráfagas de aire frío entraban, sin permitir que el pequeño pudiera descansar en paz.

En el pesebre solo se encontraban la Virgen María y Jesús, pues San José había salido en busca de algo para poder comer. Antes de irse, había encendido una pequeña fogata que los mantuviera calientes, pero hacía mucho tiempo de aquello y la lumbre estaba a punto de apagarse.

 

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Incapaz de moverse debido al dolor y el cansancio, la Virgen María le pidió ayuda al buey:

—¡Buey, buey! Sopla para que pueda mantenerse encendida la lumbre.

Pero el buey estaba dormido y no la escuchó. Entonces le pidió ayuda a la mula que los había llevado al pesebre:

—¡Mulita, mulita, mulita fiel! Por favor, sopla para que la lumbre se mantenga encendida.

Pero la mula estaba muy cansada, pues los había llevado a través de todo Belén en busca de una posada, y luego colina arriba hasta encontrar el pesebre. Por lo tanto, no pudo ayudar. Por último, María se dirigió a un gallo:

—¡Gallo, gallo! Bate tus alas para que la hoguera se mantenga encendida, hace frío y las llamas se apagan…

Pero el gallo se encontraba cantando a todo pulmón, por lo que no escuchó las débiles palabras de la cansada Virgen María. Así, parecía que la llama se apagaría sin remedio y que padecerían el frío hasta la llegada de San José. No obstante, de pronto se escuchó el trino de un pajarito, que venía desde un rincón del establo.

Se trataba de un pajarito que tenía su nido allí y que había escuchado los ruegos de María a los demás animales. El pajarito se acercó entonces al fuego y batió sus alas para que la lumbre se mantuviera encendida. Después llevó las ramas de su nido, una por una hasta el fuego, para que este se mantuviera encendido. Y una vez que lo desmanteló por completo se mantuvo allí, aleteando con todas sus fuerzas y haciendo que la llama se avivara y ahuyentara el frío en el pesebre.

Sin embargo, las llamas eran tan fuertes que el pobre pajarito terminó quemándose el pecho, aunque aun así siguió aleteando y aleteando sin parar, para que el Niño Jesús pudiera dormir sin pasar frío. Y así pasó la noche y llegó la mañana, cuando San José por fin pudo regresar. Viendo todo el esfuerzo que había hecho el pequeño pajarito, que tenía el pecho quemado por el fuego, la Virgen María lo bendijo, diciéndole:

 

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—Pajarito, pajarito, has ayudado a dar calor al hijo de Dios, por eso te doy mi bendición. Desde ahora en adelante pasarás a llamarte Petirrojo, que significa «Pecho rojo», siempre será tu orgullo saber la buena acción que has hecho.

Es de esta forma que el Petirrojo obtuvo su nombre, pues durante la primera noche del niño dios en la tierra ayudó a que pudiera dormir calentito.


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