La leyenda de Babushka

La leyenda de Babushka

Leyenda de Navidad rusa: Babushka

 

Cuando se está acercando el mes de diciembre, en las cabañas se enciende fuego para calentar los hogares. Algunas noches, cuando fuera cae la nieve y las familias se juntan alrededor del rinconcito más caliente de la casa, algunos padres cuentan historias a sus hijos. Relatos que son tan antiguos como la nieve que cae y cubre el techo de las casas, o como los animales que habitan en los bosques.

Una de estas historias es la de Babushka, que es la forma en que los rusos llaman a las abuelas o mujeres ancianas. Se cuenta que no había casa en un pueblo que estuviera más limpia y mejor ordenada que la de Babushka, y que incluso desde fuera todos los que pasaban podían apreciar la dedicación de Babushka al trabajo de la limpieza. Los pocos que habían entrado alguna vez en su hogar, solían decir que la cocina era lo más espectacular, algo nunca antes visto.

Así, día y noche la Babushka se dedicaba a limpiar, barrer, pulir, encerar y mantener su casa limpia y reluciente como una tacita de té. Pero tan concentrada estaba en su labor, que no vio una mágica estrella que iluminó el cielo nocturno, ni las luces celestiales que iban hacia el pueblo, ni escuchó la música de las campanas, los tambores y las flautas. Ni siquiera escuchó los murmullos de los vecinos, que comentaban que un milagro había sucedido.

 

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Babushka solo escuchó el momento en el que tocaron insistentemente a su puerta, tras la que se encontró a unos pastores con las narices rojas por el frío, calados hasta las rodillas de nieve:

—Por favor —le dijo el que parecía dirigir el grupo—, ¿podemos calentarnos en su fuego?

—Por supuesto que sí —respondió ella—, pasad, pasad.

Y Babushka los hizo entrar, tras lo que los pastores no hicieron más que maravillarse por la pulcritud y la belleza en la cual la anciana mantenía su hogar. Sus ojos iban de un lado a otro viendo los frascos de conservas, mermeladas, dulces y los panes caseros que tenía. Y como ella tenía un corazón grande como la inmensidad del bosque, los convidó de estas delicias para que pudieran reponer energías. Solo después de que comieran los pastores, se atrevió a preguntarles:

—¿A dónde os dirigís en una noche tan fría como esta?

Los ojos de los pastores brillaron:

—Viajamos de noche porque seguimos una estrella. Nos lleva de camino a un pueblo cercano en el que acaba de nacer un rey, el más grande que haya existido jamás, que gobierna sobre el cielo y la tierra, sobre el tiempo y sobre todas las cosas.

—¿Por qué no vienes con nosotros? —le preguntó otro de los pastores—, tú también puedes llevarle un presente.

—No estoy segura de que sea bien recibida. Con respecto al regalo… —Babushka bajó entonces la mirada—, lo cierto es que tengo un cajón lleno de juguetes nuevos sin usar, porque mi niño, mi pequeño rey, falleció cuando aún era muy pequeño.

—Lo sentimos mucho. ¿Eso significa que vienes con nosotros? Insistió otro de los pastores.

—Tal vez mañana —dijo un poco indecisa—, mañana iré.

Satisfechos, los pastores asintieron y, tras haberse calentado luego, salieron de nuevo llegada la noche. Ya de amanecida, Babushka dejó de pensar en ello y se dedicó de nuevo a sus tareas de limpieza, pero horas después volvió la oscuridad de la noche y los pastores tocaron de nuevo a su puerta:

—¿Estás lista, Babushka?

—No. Eh… mañana, estaré lista mañana. Tengo que prepararme y buscar un regalo. Mañana os alcanzo.

Entonces los pastores le indicaron cómo podía encontrarlos y emprendieron de nuevo su marcha. Cuando se fueron, Babushka volvió a su labor de limpieza, barriendo, puliendo y encerando, hasta que estuvo tan cansada que se fue a dormir. Y de esa forma pasó otra noche hasta que por fin se decidió.

Así, y con todo el pesar de su alma, se acercó al cajón en el que estaban los juguetes de su niño sin usar. ¡Dios mío! ¡Cuánto polvo había allí! Ciertamente aquello no era digno de un rey, el rey más grande que alguna vez hubiera nacido. Así que Babushka se dedicó entonces a limpiar los juguetes hasta que quedaron todos relucientes, y solo entonces pudo elegir uno, el que más le gustaba.

Al siguiente día partió, y en su camino fue preguntando a las personas si habían visto a los pastores, siguiendo el camino que le señalaban. Babushka caminó y caminó día y noche sin cesar, hasta que sus pies, fieles e incansables, al fin la condujeron hasta Belén. Preguntó allí a los habitantes si sabían dónde podría encontrar al niño rey, pero ninguno supo darle noticias de aquello que buscaba.

 

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Finalmente, el dueño de una posada le respondió:

—Si quieres saber dónde está el niño busca en la colina, donde hay un pesebre. La posada está llena y no pude darles alojamiento, así que se fueron hasta allí.

Babushka corrió entonces a toda velocidad por el sendero de la colina, esperando poder encontrarle, pero cuando llegó el pesebre estaba vacío. Aun así la anciana no se desanimó, buscando sin cesar y preguntando de casa en casa dónde se encontraba el pequeño niño rey, y repartiendo otros juguetes a los niños que se habían portado bien.

No sabemos si Babushka finalmente encontró al Niño Jesús, pero sí a muchos otros niños a los que hizo muy felices por el camino, y cuyas sonrisas alumbraron su corazón, con el mismo brillo que relucía su casa.


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