Leyenda mexicana: El fuego y los animales
Cuenta la antigua leyenda que, hace muchos años, cuando en el mundo solo habitaban los animales, la comida solo se podía comer cruda. No contaban con el fuego, por lo tanto, no había forma de cocinar la comida y mucho menos de calentarla, por lo que, además de comer comida cruda, siempre tenían que comerla fría.
Un día como cualquier otro se encontraba el Jaguar en lo alto de una montaña, teniendo de compañía al señor Sol, quien lo miraba con mucha atención. El señor Sol estaba al tanto de todas las penurias que sufrían los animales por no tener fuego, por lo que le propuso un trato al Jaguar.
El Jaguar, muy emocionado, preguntó al Sol:
—¿Me darás comida?
—No —respondió el Sol—. Te daré algo mejor, te daré la herramienta que te permitirá, siempre que quieras, comer comida caliente; una herramienta con la cual ya nunca más tendrás que comer comida cruda; te daré el fuego.
El Jaguar estaba muy emocionado y extendió sus patas hacia el Sol, esperando que le dieran el fuego, pero el Sol le dijo:
—No tan rápido, Jaguar, porque es cierto que te daré el fuego, pero tienes que saber que no será solo para ti. Ese será el trato que haremos: yo te daré fuego, pero tú tendrás que compartirlo con los demás animales.
El Jaguar aceptó sin pensarlo, y el Sol, con un gesto gracioso, le dio el fuego al Jaguar.
¡Qué felicidad tan grande! Tras ello, el Jaguar bajó rápidamente de la montaña buscando comida para cocinar. ¡Qué delicioso era comer la comida calentita, qué delicioso era comerla bien cocinada! Y así, muy pronto quedó comprobado que el Jaguar no cumpliría con el trato que había hecho con el Sol e intentó ocultar a los demás animales el nuevo don que se le había otorgado.
Pero los demás animales no tardaron en darse cuenta de los deliciosos festines que se daba el Jaguar, por lo que decidieron pedirle que compartiera con ellos un poco de fuego. Primero fue la Lechuza, que era muy inteligente, y trató de argumentarle al Jaguar que no era justo que él fuese el único animal que tuviera fuego.
—Yo no sé si será justo, pero así son las cosas, porque fue a mí a quien el Sol otorgó el fuego —respondió el Jaguar.
No pudiendo discutir con él, la Lechuza se fue, y en su lugar llegó la Vizcacha. Pero a la Vizcacha tampoco le quiso dar fuego. Por último, llegó el Zorro. Como el Zorro era un animal astuto, y sabía que el Jaguar no le daría fuego de buena gana, intentó distraerlo.
—Oye, Jaguar —le dijo el Zorro—, tienes una gran mancha de suciedad en tu pelaje.
Por aquel entonces los Jaguares eran completamente amarillos, no como los conocemos ahora, por lo que el Jaguar cayó en la trampa:
—¿Dónde, dónde? —preguntaba mientras se miraba todo el pelaje.
Y el Zorro aprovechó esto para robarle un poco de fuego y salir corriendo rápidamente. Cuando el Jaguar se dio cuenta de que le habían engañado, empezó a correr detrás del Zorro, pero, mientras corría, terminó por tropezar con una piedra, cayéndose y manchándose el cuello por completo.
Cuenta la leyenda que, desde entonces, los Jaguares tienen el cuerpo lleno de manchas. Y así, finalmente, el fuego que le había dado el Sol al Jaguar terminó por extinguirse, quedándose todo para él como al principio, con comida cruda y fría. Los demás animales, por su parte, sí que pudieron disfrutar del preciado fuego, viviendo felices para siempre.