Leyenda latina: Gorgoé, el árbol mágico de los océanos
Una antigua leyenda relata que, en medio del océano, había una pequeña isla llamada Cancaguy, en la que vivían personas amables, felices y llenas de vida. En su mayoría, los habitantes de esta isla se dedicaban a la agricultura y a la pesca.
Pero un día sucedió allí lo peor que le puede pasar a una isla como esta: una gran sequía. Los embalses se secaron, las cosechas se perdieron y no había ni siquiera agua para los animales. ¡Ni para los habitantes de la isla! ¡Qué preocupados estaban los habitantes de Cancaguy! ¿Cómo regarían los cultivos? O, ¿qué agua podrían beber?
Entonces, un día especialmente caluroso, el príncipe de Cancaguy, de nombre Babur, salió junto con su hermana, la princesa Alim, en busca de un nuevo pozo de agua. No podía soportar ver a su pueblo sentir tanta sed y no hacer nada al respecto, así que recorrieron la isla durante todo el día, pero no encontraron nada.
Decepcionados, y a punto de dar media vuelta y volver, dieron con un acantilado que ninguno de los dos conocía. Y en medio de aquel acantilado asomaba la entrada de una gruta. Así, los dos hermanos, curiosos de conocer aquello, se internaron en la gruta y empezaron a recorrerla. En un principio, todo era oscuridad y debían guiarse por una vela que Babur llevaba en la mano, pero pronto divisaron la luz al final del túnel y la siguieron hasta encontrarla.
Al salir de la gruta ninguno de los dos daba crédito de lo que veía: había una hermosa playa en la que se encontraba un gran árbol rodeado de flores cuyas raíces (que sobresalían a ras de suelo) eran muy fuertes. Y, alrededor de todo aquello, un lago de agua salada del cual bebían varios animales. Tanto Babur como Alim estaban impresionados. Jamás habían visto un árbol crecer en medio de la playa, y mucho menos rodeado de flores y de un lago del que bebían tantos animales. Y al acercarse más, el árbol empezó a hablar, dándoles un terrible susto:
—¡No temáis! —dijo— Mi nombre es Ger y soy un “gorgoé”, un árbol mágico procedente de los océanos.
El árbol entonces les explicó que su misión era convertir el agua salda en agua dulce y traer alivio a todos aquellos que padecían la terrible sequía. Luego, tras invitarles a beber un poco, Babur y Alim quedaron al fin convencidos de lo que decía. Y así fue como el pueblo de Cancaguy empezó a acercarse al árbol a buscar agua para beber del lago purificado, y trataron muy bien al árbol, procurando que nadie lo dañase nunca.
Pero como las cosas buenas no siempre duran, un malvado rey, de nombre Tartor, gobernante de un reino desolado, quiso llevarse a Ger. De este modo, y cuando los habitantes de Cancaguy dormían, Tartor, junto a otros hombres, taló el árbol y lo embarcó para llevarlo a la isla que gobernaba y utilizarlo como mejor le pareciera. Pero las malas acciones siempre son castigadas, tarde o temprano, y Tartor pudo comprobarlo cuando de regreso en el barco, muy seguro, y se desató una terrible tormenta eléctrica.
Las olas mecían el barco y los rayos caían por doquier, y fue entonces cuando un rayo cayó sobre el barco partiéndolo en dos y hundiéndolo en el fondo del mar, conduciendo a Ger al lugar al que pertenecía. Aunque la isla de Cancaguy estuvo sin el árbol durante un tiempo, debido al buen proceder de sus habitantes, finalmente recibieron un milagro: otro árbol idéntico que comenzó a crecer en el mismo lugar. Esta vez, eso sí, se acordaron de protegerlo día y noche para que ningún rey malvado se lo llevara, como ocurrió con Ger. Y fue así como en la isla de Cancaguy nadie volvió a sentir sed ni a padecer sequía nunca más.