Leyenda de Perú: La princesa Acafala
Cuenta la leyenda que, hace muchísimo tiempo, en un alejado rincón de Perú, nació una princesa que era tan hermosa como lo son las estrellas y, conforme pasaba el tiempo e iba creciendo, se volvía cada vez más hermosa. Tenía el pelo negro como la noche, los ojos oscuros como el azabache y la piel morena y suave, como los pétalos de una flor.
El nombre de la princesa era Acafala, y daba igual por dónde pasara, pues todas las personas que se cruzaban con ella quedaban rendidas ante su inigualable belleza…Aunque también era muy admirada por su inteligencia y su sagacidad, pues no todo es el exterior de una persona.
Sin embargo, y a pesar de ser tan hermosa y tan inteligente, la princesa Acafala tenía un defecto, un terrible defecto, y es que se veía tan hermosa que trataba de competir con la luna, con el sol, con el arcoíris…y hasta con el mismísimo mar. ¡Era muy presumida! Y no dudaba en caminar por la playa, gritando al mar y al cielo:
—¿Acaso no veis que soy más hermosa que vosotros? ¡Nadie es más hermoso que yo!
Tan enamorada estaba de sí misma, que la princesa Acafala no tenía tiempo para dedicar a ninguno de sus numerosos pretendientes. Y es que Acafala no podía enamorarse de nadie, pues en su corazón no había espacio para amar a nadie que no fuera ella misma.
Así pues, sus padres, muy preocupados, la citaron un día en el salón del trono para hablar con ella sobre su futura boda. Intentaron convencerla de que había muy buenos pretendientes para ella, hombres de buenos valores y gran sabiduría y valía, pero Acafala no quería oír nada de aquello y con un gran berrinche se tapó los oídos y se alejó de sus padres escapando hacia la playa, llena de orgullo y soberbia. Entonces Acafala corrió y corrió hasta llegar al mar, ya de noche. En el cielo oscuro, frente al mar lejano, brillaban cientos y cientos de estrellas como grandes velas en medio de la penumbra que daban color al mundo, y la princesa Acafala las miró y dijo:
—¡Estrellas! ¡Sí, ustedes! ¡Sé que pueden escucharme! ¡Miradme bien, estrellas! ¡Miradme bien! ¡Nadie es más hermoso que yo, ni siquiera ustedes que iluminan la oscura noche! ¿Por qué me obligan mis padres a casarme, si nadie podrá jamás superar toda mi grandeza? ¿Para qué he de amar a alguien que no sea yo misma? ¡Nadie jamás podrá superarme, así que todo lo que quiero es ser admirada!
Dándose cuenta del mal proceder de la princesa, las estrellas decidieron dar una lección que Acafala jamás olvidaría, y así la convirtieron en una estrella, tal y como ella había querido ser. Pero no en una de las que iluminaban el oscuro firmamento, sino en una estrella de mar hermosa y de muy vivos colores, pero oculta en el fondo del océano, donde nadie podría jamás admirar su belleza.
Y de esta forma es como nació la primera de todas las estrellas de mar en el mundo: una estrella preciosa pero que nadie puede admirar ni tocar, pues viven solitas en el fondo del mar. ¡Una dura lección la que tuvo que aprender la princesa Acafala por culpa de su vanidad!