LEYENDA MAYA PARA NIÑOS: Las orejas del conejo

Las orejas del conejo

Las orejas del conejo

Leyenda maya: Las orejas del conejo

 

Hace muchísimos años el conejo no era como lo conocemos hoy en día. Antes, tenía orejas pequeñitas, muy parecidas a las de un gato, que le hacían parecer pequeño e indefenso. Así, cada vez que el conejo iba a hidratarse al arroyo y se encontraba con todos los demás animales, como el jaguar, que era muy grande y atemorizante, el conejo se acomplejaba y deseaba ser diferente.

Esto hacía que el conejo siempre se estuviese quejando con su amiga la lechuza, que era más de su tamaño.

—¡Cómo me gustaría ser diferente! —Le decía— No me gusta ser pequeño.

Y como la lechuza conocía muchos secretos, pues era muy inteligente, dijo entonces al conejo:

 

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—Si tanto deseas cambiar tu apariencia, entonces ve y pídeselo al dios que se encuentra en lo alto de la colina. Quizás él pueda ayudarte a ser distinto.

Sin pensarlo dos veces, el conejo emprendió el camino hacia el lugar donde vivía el dios de la colina y, al llegar allí, lo encontró roncando sobre un lecho de hojas.

—Eh… señor… disculpe, no me gustaría molestar pero…

Al escuchar al conejo, el dios se levantó desperezándose.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarte? —Dijo el dios al conejo.

—Señor, usted que es un dios y que tiene poderes que nosotros los mortales no tenemos, ¿podría hacerme más grande? Estoy cansado de ser pequeño. Me gustaría ser grande como algunos animales y que piensen que soy temible.

 

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El dios se mantuvo pensando unos instantes y luego le dijo al conejo:

—Sí puedo hacerlo, pues mis poderes me permiten hacer todo lo que desee. Pero tú debes darme algo a cambio primero, porque no puedo cumplirte tu deseo si tú no me das primero algo que necesito. Si puedes traerme lo que te voy a pedir, entonces te haré más grande.

—¡Por supuesto que puedo! ¿Qué es lo que necesita?

—Necesito que me traigas tres pieles de animales: la piel de la serpiente, que es brillante como las joyas; la piel del cocodrilo, que es dura como el acero; y la piel del mono, que es cómoda y da calor.

Al escuchar esto, el conejo corrió y corrió desde lo alto de la montaña hasta el arroyo que solía visitar, encontrándose allí a sus amigos el cocodrilo, la serpiente y el mono.

—Oh, conejo, cuánto tiempo sin verte —le dijo el cocodrilo.

—Hola, chicos, es que he estado de viaje. Me gustaría quedarme a charlar pero necesito un favor de vosotros y espero que podáis ayudarme.

—Por supuesto —dijo la serpiente—, ¿qué es?

—Necesito que me prestéis vuestras pieles por hoy. Como hace calor no las echaréis de menos… luego os las traeré.

—¡Está bien! —dijeron todos a la vez.

De esta forma, se quitaron sus pieles rápidamente y se las dieron al conejo para que se las llevara al dios de la colina.

Y así el conejo corrió a toda velocidad hacia donde se encontraba el dios de la montaña.

—Aquí le traigo las pieles como me pidió.

—Me alegro de que hayas podido traer mi encargo, y como tengo palabra, cumpliré con lo que te he prometido. Pero no te volveré grande tal y como quieres, porque no necesitas ser más grande, ya que tu pequeño tamaño y tu carisma te han bastado para tomar las pieles de algunos de los animales más peligrosos que existen. Así que en vez de hacerte grande, te daré orejas más grandes, para que puedas escuchar a lo lejos cuando tus enemigos se acerquen y siempre puedas escapar airoso. Porque no siempre las cosas que necesitamos son aquellas que deseamos.

 

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Así, el dios le puso las orejas grandes al conejo, las mismas con las que lo conocemos hoy en día y, aunque el conejo en un principio no entendía nada, con el paso del tiempo se adaptó a sus nuevas orejas y siguió su vida muy feliz, tan valiente y decidido como era.


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