La leyenda de la araña

La leyenda de la araña

Leyenda quechua: La leyenda de la araña

 

La princesa Uru, que era la heredera al trono del imperio inca, era una niña muy querida por todos. Su padre, el curaca Kúntur Capac, la había dado la mejor educación y la colmaba de mimos cada día.

  • Cuando seas mayor serás la heredera de todo esto, hija mía, y serás justa y buena con tu pueblo-. Decía con mucho cariño siempre su padre, Kúntur Capac, mientras jugaba con ella.

Dada la importancia que iba a tener su cargo, el padre de la princesa Uru se esmeró siempre mucho en prepararla para ser una gran gobernante, como lo era él, por lo que procuró también rodearla de los mejores maestros que había. Pero la princesa Uru no solo no era demasiado consciente de lo que significaba gobernar, sino que pronto fue cambiando su dulce carácter, aborreciendo cuanto aprendía y despreciando todos y cada uno de los esfuerzos de su padre en torno a su aprendizaje.

 

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La joven princesa solo disfrutaba poniéndose mil y un vestidos, tocándose la nariz y la barriga todo el tiempo, y bostezando mucho y muy fuerte. Y aquella desdichada forma de pasar el tiempo tampoco ayudó a que la joven se volviese más serena y amigable, que tenía un carácter demasiado fuerte que poco tenía que ver con el cariño y las buenas palabras de su padre. Es más, si no conseguía todo aquello que se proponía, la princesa se enojaba tanto que no dudaba en hacerle la vida imposible a todo aquel que se cruzara en su camino o que no consintiera alguno de sus tontos e inmaduros deseos.

Pero un día el papá de la princesa falleció, y Uru tuvo que encargarse de su puesto como tantas y tantas veces le había anunciado Kúntur Capac. Los primeros días la princesa parecía actuar de manera responsable procurando enterarse de todo cuanto podía y actuando más o menos con normalidad, pero no duró mucho aquello pues, al poco, la princesa se fue sintiendo tan mal y tan aburrida, que sus bostezos volvieron de nuevo a aparecer haciéndose más y más grandes, y mucho más sonoros que antes. Y así las cosas, una mañana se dirigió a sus secretarios diciéndoles:

  • Nada de esto me importa… ¡Me aburro muchísimo! ¿Acaso no es este el trabajo más triste del mundo? De todo esto tendrá que ocuparse otro, porque mi vida está en otra parte y llena de viajes y sorpresas y trajes nuevos. ¡Abandono!

Todos los asistentes de la ahora reina Uru intentaron por todos los medios que entrase en razón, pero fue inútil, porque la princesa comenzó a malgastar de manera descarada todo el oro que había y a tratar de forma muy injusta y malvada a todo su pueblo, incluidos sus asistentes, poniendo a todos impuestos altísimos para costear con ellos todos sus caprichos.

  • ¡Cómo osáis llevarme la contraria! ¡Soy la reina y tengo razón!- Exclamaba enfurecida y llena de rabia cuando sus asistentes intentaban que entendiese el error de sus actos.

Entonces, fuera de sí, la reina Uru ordenó que apresaran a todos sus secretarios, nombrados por su padre, y que los castigaran con los golpes de una correa.

  • ¡A partir de ahora yo seré reina y secretaria! Y nadie me dará órdenes ni consejos, pues soy yo la que sabe lo que tiene que hacer. ¡Mis órdenes serán mis deseos y el pueblo me los concederá todos!- Gritaba Uru feliz y eufórica.

En ese instante, justo cuando la reina se aproximó a los prisioneros para azotarles por desairarla, su brazo se quedó completamente paralizado.

  • ¿Qué sucede? ¿Qué está pasando? ¡No puedo mover mi brazo!- Gritaba la reina Uru completamente asustada.

Y todo el reino se quedó en un completo y atónito silencio, sin saber qué hacer cuando, de pronto, una diosa apareció sobre el horizonte con un manto precioso y dorado:

  • Has ido demasiado lejos, Uru, y tu pueblo no merece tu mal gobierno, por lo que voy a castigarte y a liberar a tu pueblo de todos tus desprecios y de tu mal proceder. – Dijo la diosa con rotundidad.

La misteriosa diosa entonces despojó a Uru de toda su vanidad y de todos sus poderes y caprichos, y la condenó a trabajar durante toda la eternidad.

 

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A continuación el suelo tembló y la diosa desapareció dejando una estela de brillo y un gran silencio en aquel pueblo inca, y, tras el estruendo, pudo verse a una pequeña e insignificante araña con el cuerpo muy oscuro y lleno de pelos. ¡Era la princesa Uru que había sido convertida en un insecto! ¡Qué indignación sintió Uru cuando pudo darse cuenta! Pero ya nunca nadie pudo escuchar sus quejas, puesto que nadie escuchaba nunca las cosas que tenía que decir una araña, y tuvo que limitarse a tejer y a tejer con tristeza su tela para siempre por los rincones de su antiguo y precioso palacio.


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3 Comentarios

  1. Sebastián

    La leyenda es muy buena

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    • Macarena

      si esta re buena

      Responder
    • Eloy Oyola

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