La leyenda de Namón y el fuego

La leyenda de Namón y el fuego

Leyenda guahíba: La leyenda de Namón y el fuego

 

Hace mucho tiempo la gente no conocía el fuego, por lo cual tenían que comer los alimentos crudos, apenas bañados por el sol, y los niños temblaban y se enfermaban por el frío. Sin embargo, no todas las personas sufrían las inclemencias del tiempo, pues un hombre llamado Namón sí que disfrutaba del fuego y de sus enormes beneficios.

Namón era un apersona terriblemente egoísta a la que no le importaban lo más mínimo los demás. Así que, entristecidas las aves por la suerte de los humanos y por la maldad de Namón, decidieron que el pájaro carpintero fuese a hablar con él para poder solucionarlo todo de una vez. Entonces el pájaro carpintero llegó hasta donde Namón estaba y dijo:

  • Regáleme usted unos palitos de los que tiene para encender el fuego—Dijo el pájaro haciéndose el despistado.
  • ¡Pero cómo se le ocurre! ¿No ve que estos palos son el espíritu de un antepasado suyo? —Respondió Namón con sonrisa burlona.

El pájaro carpintero sabía que aquello era una gran mentira, por lo que, sin pensárselo dos veces, agarró unos palitos y emprendió el vuelo.

 

la leyenda de namón y el fuego

 

Sin embargo, como volaba muy, muy despacio, Namón pudo alcanzarlo arrebatándole los palitos sin grandes esfuerzos. En ese mismo instante, una paloma decidió ir también a conseguir fuego, llegando hasta donde se encontraba Namón:

  • Regáleme usted unos palitos para encender fuego, por favor.

Pero Namón contestó a la paloma lo mismo que al pájaro carpintero:

  • ¡No puedo! ¿No ve que estos palos son el espíritu de un antepasado suyo?
  • Pues deme aunque sea una chispita.
  • ¡No, no puedo! ¿No ve que una pequeña chispa es también un antepasado suyo?
  • Bueno, pues déjelo entonces—Dijo la paloma, que se retiró tras unos matorrales.

Y cuando Namón se distrajo, la paloma cogió unos palitos y voló tan rápido que, por más que quiso, Namón ya no la pudo alcanzar. Tras escapar, la paloma se metió en el hueco de un árbol, bien escondida en el fondo, y allí, finalmente, Namón encontró su escondite y al ver a la paloma prendió fuego al árbol. Afortundamante, y a pesar de su acto miserable, Namón no consiguió hacer daño a la paloma, pues el árbol era mágico y el fuego no podía quemar nada por dentro.

Cuando la paloma miró un poco hacia fuera pudo distinguir la sombra de Namón acechándola, muy furioso al no encontrarla. Pensaba que la paloma le estaba tomando el pelo y que quería el fuego solo para robárselo a él, y no imaginaba que lo que en realidad quería la paloma era llevar el fuego a los hombres y compartir aquel descubrimiento tan preciado con toda la tierra.

Así, al caer la tarde, la paloma ya no vio más la sombra de su perseguidor. Namón se había cansado de esperar y de pelearse con ese árbol tan raro, y se marchó pensando que a lo mejor la paloma había muerto por el humo. Entonces la paloma aprovechó para salir de allí, no sin antes darle las gracias al árbol por su inestimable ayuda, y voló hasta donde vivían los humanos adoptando la forma de una misteriosa mujer que cogió los palitos y los frotó para encender al fin el fuego.

Pudo Namón observar desde la lejanía la fogata, y acercándose más pudo ver también a la hermosa muchacha junto a ella, al igual que aun montón de hombres, mujeres, ancianos y niños acercándose al cálido fuego, ya encendido. Algunos con un poco de recelo y otros maravillados, pero todos sorprendidos por igual ante aquel descubrimiento. Aunque sin duda lo que más llamó la atención de Namón fueron los niños, que parecían muy felices corriendo alrededor de las llamas.

 

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¡Jamás había visto Namón la sonrisa de nadie! Y la de aquellos pequeños niños reblandeció su duro y egoísta corazón. Entonces Namón se acercó y les enseñó cuáles eran los árboles que servían para hacer fuego: la palma de Cucurito, el Onoto, el Candeleí, y algunos más, y desde esa noche los niños no volvieron a sentir frío y no tuvieron que comer más alimentos crudos.

Y es que Namón se había dado cuenta de que había sido demasiado egoísta no compartiendo su descubrimiento del fuego con los demás y asustando a los pájaros con falsos rumores, y a partir de entonces todos convivieron en paz y calentitos yendo juntos a por los palos que los árboles guardaban para ellos. ¡Y qué felices fueron los árboles sabiendo que sus mágicos troncos y ramitas ahora ayudaban por fin a todo el planeta!


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