El águila y la tortuga

El águila y la tortuga

Fábula: El águila y la tortuga

 

Había una vez, en un mágico reino, una pequeña tortuga llamada Luna. Luna poseía un gran y duro caparazón sobre su espalda, que siempre la protegía de la lluvia y del sol. Todos los animales que pasaban decían: «¡Qué afortunada es Luna! ¡Tiene un caparazón que la protege contra el frío, contra la lluvia y contra el sol!» No obstante, a pesar de que Luna tenía un caparazón que era la envidia de todo el reino mágico, la tortuga tenía un único deseo: volar.

Un día, mientras Luna caminaba por el profundo bosque, escuchó el fuerte batir de unas alas. Se trataba de un águila, que siempre volaba orgullosa por los cielos y que había bajado un ratito a la tierra. Luna se acercó al árbol donde el águila estaba posada y le hizo una petición especial: «¡Oh, águila, por favor, enséñame a volar! Quiero sentir la libertad de surcar el cielo como tú».

 

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El águila entonces, con ternura en sus ojos, le respondió: «Querida Luna, eres un ser especial, pero las tortugas no tienen alas, sino un caparazón. Cada criatura tiene sus propias habilidades y limitaciones. No puedes volar como yo, pero posees dones únicos que te hacen igual de especial o más».

Sin embargo, el deseo de Luna era tan fuerte que no quiso escuchar los consejos sabios del águila. Insistió en que debían encontrar un lugar alto desde donde pudiera intentar volar. Así, el águila, preocupada por su amiga, decidió acompañarla y guiarla hasta un gran risco.

Una vez en el risco, Luna miró hacia el cielo con determinación y se lanzó al aire esperando volar, pero pronto se dio cuenta de que sus pequeñas y toscas patas no se movían como alas, y que, en lugar de elevarse, comenzó a caer rápidamente. Un sentimiento de miedo y arrepentimiento se apoderó entonces de ella, pero, para fortuna de Luna, y gracias a su fuerte caparazón, no le pasó gran cosa más allá de varios golpes.

En ese momento crítico, un búho sabio llamado Sabio, que había observado la situación desde un árbol cercano, voló rápidamente hacia ellos y, con voz suave y llena de cariño, dijo a Luna: «Querida Luna, las tortugas son criaturas especiales, pero cada ser tiene sus propias limitaciones. Escucha a aquellos que te quieren y se preocupan por ti. El intentar algo que no es posible puede llevarte a situaciones peligrosas».

Luna, con lágrimas en los ojos y su cuerpo lastimado por la caída, comprendió la importancia de escuchar los consejos de aquellos que se preocupaban por ella, y agradeció al águila y al búho Sabio su amistad y sus palabras de sabiduría.

 

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Y así, desde aquel día, Luna apreció su caparazón y aprendió a aceptar sus limitaciones, convirtiéndose en una inspiración para otros seres en el reino y recordando siempre a los demás que todos tenemos dones únicos y que es importante escuchar a aquellos que nos aman y se preocupan por nosotros.

La moraleja de esta historia, amiguitos, es que todos los seres vivos tenemos nuestras propias capacidades, ni mejores ni peores, y que antes de aventurarnos en algo, debemos escuchar los consejos de aquellos que nos quieren. Nuestras habilidades y talentos individuales nos hacen especiales, y aceptarlo es lo que nos ayuda a crecer y a evitar situaciones peligrosas.


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