La leyenda del tambor

La leyenda del tambor

La leyenda del tambor: leyenda de África

 

Existe una leyenda muy antigua que aún se cuenta en las lejanas tierras de África… Hace cientos de años, en sus tupidas selvas, los monos pasaban horas y horas contemplando la Luna. Y es que nadie puede dudar de la belleza que tiene la Luna, eso es verdad. De hecho, seguro que muchos de vosotros habéis mirado alguna vez hacia arriba en medio de la noche, encontrándoos con ese hermoso y brillante punto plateado en medio del cielo.

 

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No obstante, aquello que sentían los monos por la Luna iba más allá de la simple admiración ¡Estaban obsesionados con mirarla! Y así podían pasar horas y horas sin siquiera cerrar los ojos, contemplando tan solo su hermosura. Fue entonces cuando, de tanto verla, empezaron a comentar que, si era tan hermosa desde tan lejos, vista desde cerca sería lo más hermoso que nadie habría visto jamás. Y después de llegar a aquella conclusión, todos los monos decidieron encontrar la forma de llegar hacia el cielo, para así poder ver la Luna mucho más cerca.

Pero… ¡qué gran problema era ese! ¿Cómo podrían hacerlo? Es bien sabido que los monos no tienen alas, como los pájaros, por lo que no podrían volar hasta donde se encontraba la Luna. ¿Qué podían hacer entonces? Sin duda debían echar mano de sus habilidades. Y… ¿cuál es la mayor habilidad que tienen los monos? ¡Pues escalar, por supuesto! Y como no había árbol para escalar lo suficientemente grande como para conducirles hasta la Luna, decidieron que ellos mismos harían el camino hacía su hermoso punto plateado en el cielo.

Entonces empezaron a subirse unos encima de otros para formar una gran torre, la más alta que jamás se hubiera visto: los monos más fuertes y pesados se quedaban abajo, y los más ligeros iban arriba… Y así la torre fue creciendo y creciendo hasta que estuvieron a punto de llegar a su preciada Luna. Pero entonces, uno de los monos estornudó y todos se cayeron al suelo. Todos menos uno. Se trataba del mono que más cerca había estado de tocar la Luna, y es que, cuando la torre comenzó a tambalearse, pudo saltar enganchándose al cuerno de la Luna gracias a su ágil cola.

 

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Y la Luna se quedó muy contenta de ver a un personaje tan divertido, pues nunca nadie la visitaba, y por ese motivo quiso ayudarle a ponerse de pie. Y para demostrarle lo contenta que estaba por la visita, le regalo también un tambor. Aquello era completamente nuevo para el mono, que jamás había visto nada parecido, así que la Luna le contó que se trataba de un instrumento musical y le enseñó cómo tocarlo.

Apenas pudo tocar el tambor por sí mismo, el mono se dio cuenta de que su sonido le encantaba y que era muy fácil de tocar, pues todo lo que hacía falta era tener un poco de ritmo. Así, contentísimo con el regalo, aprendió todo lo que la Luna tuvo a bien enseñarle sobre aquel precioso instrumento.

Pero nada en esta vida es eterno y los tiempos de felicidad suelen terminar más rápido de lo que tardan en llegar… así que llegó el momento de que el mono volviese al fin con los suyos, y la Luna, tan bondadosa como era, dispuso una fuerte soga para que pudiese bajar tranquilamente por ella, llevando consigo el tambor.

—Pero te advierto algo—dijo la Luna antes de despedirse—, si tocas el tambor antes de llegar a tierra, cortaré la soga y caerás al suelo.

El mono estuvo de acuerdo con la condición y comenzó a bajar. No obstante, cuando iba por la mitad del camino, los deseos de tocar el tambor atacaron al mono, y no pudo esperar a bajar a tierra para tocar. ¡Se moría de ganas de que los demás monos le escucharan! Y así, sin poderse contener, tocó un divertido ritmo con su tambor.

 

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Tras esto la Luna, muy furiosa, no dudó en cortar la soga y el mono cayó de bruces contra el suelo.  ¡Qué dolorosa caída fue aquella! El pobre monito quedó tendido en la tierra, muy magullado, llorando por su mala suerte y lamentándose por haber desobedecido las órdenes de la Luna. Por suerte para el mono, su caída tuvo lugar cerca de una aldea, y una niña que estaba cerca se acercó a ver qué era lo que sucedía. Al encontrar al pobre mono tendido en el suelo, se lo llevó para curarle, y también el extraño objeto que estaba junto a él.

Cuenta la leyenda que así fue como llegaron los tambores al mundo de las personas, a las cuales tanto gustó el instrumento y su curioso sonido, que pronto empezaron a elaborar sus propios tambores y a crear música aquí y allá. Y desde entonces, en todo el mundo, los tambores no han parado de sonar a los pies de la preciosa Luna.

 


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