Leyenda para niños: La semilla del helecho

Leyenda corta: La semilla del helecho

Hace muchos, muchos años, en una tierra lejana y misteriosa, se decía que un tipo especial de helecho escondía un poder mágico. Este helecho poseía una semilla que tenía la maravillosa propiedad de volver invisibles a las personas, pues se decía que, si alguien encontraba esa rara semilla del helecho y la tocaba, desaparecería ante los ojos de los demás.

Aquella semilla era difícil de encontrar, debido fundamentalmente a que su periodo de maduración tenía lugar durante la noche del solsticio de verano y tan sólo durante una hora, entre las doce y la una de la madrugada, cayendo y desapareciendo después. Sin embargo, en una ocasión, un hombre llamado Tomás vivió un suceso muy extraño relacionado con la misteriosa semilla.

Entre las doce y la una de la madrugada de aquel día, el hombre empleaba su tiempo en buscar a un pequeño potrillo que se le había perdido del establo, cuando, de pronto, atravesó por casualidad una pradera en la que maduraba la semilla de un vistoso y brillante helecho.

A la mañana siguiente, algo cansado por la búsqueda, Tomás recogió con cuidado una de las semillas del helecho y la guardó en su bolsillo justo antes de volver a casa y de sentarse para descansar en su sillón mullido favorito de la casa. Pero, al observar extrañamente que su mujer no terminaba de reparar en él, exclamó:

• No he encontrado al potrillo, lo siento mucho. He hecho lo que he podido.

Tras estas palabras, su mujer y todas las demás personas que se hallaban en la casa se asustaron terriblemente. Creían haber oído la voz de Tomás, al que no conseguían encontrar, y, sin embargo, no conseguían verle. Su mujer le llamó entonces a gritos por su nombre creyendo que jugaba a esconderse y gastarles una buena broma.

• ¿Se puede saber por qué me llamas así? ¿No ves que estoy aquí al lado?

Y tras aquellas nuevas palabras el susto fue todavía mayor, pues todos le oyeron hablar de nuevo alto y claro, e incluso escucharon el sonido de sus pasos, pero continuaban sin verle por ningún lado. Fue entonces cuando el hombre se puso a pensar en la leyenda que alguna vez había escuchado contar a su abuela, y que hablaba de un extraño helecho que tenía el poder de la invisibilidad, y, como pudo, intentó explicar a sus seres queridos lo que había pasado y cómo todo se debía casi con toda seguridad a la semilla del helecho que tenía en el bolsillo.

Lo cierto es que, durante un tiempo, Tomás aprovechó su nuevo poder y disfrutó de lo lindo gastando bromas amigables a sus amigos o ayudando a las personas de manera anónima a salir de algún que otro problema, así como a encontrar a su querido potrillo. Sin embargo, con el tiempo se dio cuenta de que la invisibilidad también tenía sus desventajas, pues ya nadie podía verle, abrazarle o interactuar con él, y decidió que había llegado el momento de dejar de ser invisible.

Así, Tomás acudió de nuevo a la pradera y cogió otra semilla de helecho para comérsela, confiando en revertir lo ocurrido así, y al poco su forma volvió a aparecer. Tras ello se quitó rápidamente los zapatos y sacudió las semillas de helecho que le habían entrado para evitar que todo volviese a suceder, aprendiendo, después de todo, una valiosa lección sobre la importancia de estar siempre con los seres queridos y de escucharles hablar, como solía recordarle su abuela.