El pescador y la diosa

Leyenda griega: El pescador y la diosa

En la hermosa isla griega de Lesbos, un muchacho llamado Faón se ganaba la vida llevando mercancías y personas de un lado a otro, así como remando en su pequeña barca para lanzar de vez en cuando su red al mar y atrapar algunos peces. Aunque su vida era sencilla, Faón estaba lleno de alegría y de gratitud hacia el océano y hacia toda la naturaleza que le rodeaba.

Un día, mientras Faón se encontraba pescando cerca del embarcadero de la isla, ya cansado de faenar, vio a una pobre mendiga bastante desaliñada que se encontraba como esperando en la orilla, junto al embarcadero. Aquella mujer no tenía aspecto de poder pagar el viaje, pero aún así Faón decidió acercarse para ver en qué podía ayudarla. Algo de ella le llamaba poderosamente la atención, y quiso ofrecerle un poco de pescado, nada más llegar, por si tenía hambre.

La mendiga aceptó el gesto amable de Faón y, acto seguido, le comunicó al muchacho que necesitaba viajar hacia Asia menor.

• Pues sube, mujer. Te llevaré de buen grado–. Dijo el joven Faón tras escuchar la petición de aquella humilde mujer.

Así, olvidándose de su cansancio, Faón hizo navegar su barca con una ligereza asombrosa y, poco después de llegar a la costa de Asia, sacó de su bolsillo la moneda más valiosa que tenía y se la entregó a la mendiga para que pudiera continuar hasta su destino sin problemas.

• Gracias, muchacho. Y para que veas mi agradecimiento, toma este obsequio.

Se trataba de un vaso del perfume más extraordinario que jamás había llegado a oler, y con aquel perfume misterioso en las manos, Faón regresó en su barca conmovido y atrapado por una extraña fuerza que le embriagaba el corazón.Y mientras se alejaba, aquella misteriosa mujer comenzó a cambiar ante los ojos del muchacho, que observaban llenos de asombro, y sus viejos ropajes se convirtieron en vestimenta totalmente celestial, pareciendo ya más una diosa que una sencilla y pobre mujer.

La diosa, impresionada por la gran generosidad y humildad de Faón, decidió revelar en aquella despedida su auténtica identidad, confesando, con una ráfaga de suave susurro, que en realidad era la mismísima Venus, la diosa del amor, la belleza y la naturaleza, esa que él tanto amaba y cuidaba. Al tiempo, la diosa Venus quiso tener otro detalle con el joven, concediéndole un deseo que el muchacho aceptó.

Lejos de pedir riquezas o poder, el joven solicitó a la diosa que su amada, llamada Psique, fuese bendecida con sus mejores dones, entre ellos el de la felicidad eterna, y la diosa del amor no dudó en conceder su deseo, pues el joven se había portado como pocas personas, especialmente de su edad.

Y así fue como la vida de Faón continuó de viaje en viaje a lomos de su barca, acompañado desde entonces por su querida Pisque, cuya belleza eclipsaba al propio mar, convirtiéndose en una auténtica leyenda de la isla de Lesbos, que aún lo recuerdan como símbolo puro de bondad y generosidad en la tierra.