Las noches de tormentas

Las noches de tormentas

Las noches de tormentas

 

Si había algo que a Felipe no le gustaba para nada eran las noches de tormentas eléctricas, pues los ruidosos rayos le asustaban mucho y no le dejaban dormir. Muchas veces terminaba tocando en la puerta de la habitación de sus padres para dormir abrazado a su mamá hasta dormirse.

—Me asusta mucho que aparezca un rayo de luz de repente —explicaba Felipe a su mamá— y luego después viene ese sonido tan fuerte que hace que tiemblen todos los juguetes de mi habitación.

Como mamá y papá eran muy buenos, eran capaces de comprender muy bien lo que a Felipe le sucedía en aquellas noches de tormentas y nunca se molestaban porque tuviera tanto miedo a los truenos que acabara abandonando su cama. De hecho, siempre procuraban dejar un rinconcito a la hora de irse a dormir, por si Felipe se lo pensaba.

Y todo iba así hasta que, con el tiempo, Felipe se convirtió en el hermano mayor de la familia y, poco a poco, fue descubriendo que a su hermanita Sara le gustaba mucho pasar tiempo con él e imitarle en todo lo que hacía. Si Felipe comía muchas galletas, la pequeña Sara también quería hacerlo… ¡Y así con todo!

De esta forma Felipe fue descubriendo que ser responsable significaba aceptar las consecuencias de sus acciones, y que debía convertirse en un gran ejemplo para que su hermanita pequeña aprendiera buenos valores. Y durante mucho tiempo el pequeño Felipe lo hizo muy bien lavándose los dientes antes de dormir, haciendo su cama al despertar en la mañana y recogiendo sus juguetes después de jugar. Pero las tormentas seguían llegando de vez en cuando y los truenos seguían dándole mucho miedo a Felipe, que no sabía cómo iba a poder superar su miedo para dar ejemplo a su hermana, que crecía y crecía cada vez más.

—No quiero enseñarle a mi hermanita a tener miedo —se dijo Felipe una noche de lluvia—, así que esta noche al fin me quedaré en mi habitación y seré muy valiente.

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Aquella noche no pasó mucho tiempo antes de que la lluvia se hiciera más fuerte. Las gotas sonaban contra la ventana y las copas de los árboles se mecían ruidosamente por el viento, casi como enfurecidas. Felipe temblaba bajo sus sábanas mirando fijamente hacia la ventana. Entonces, una luz muy blanca iluminó toda la habitación de pronto:

—¡Ahh! —Gritó Felipe muy asustado mientras cerraba los ojos.

Entonces llegó ese fuerte sonido que hizo temblar todos los muebles de la casa. El corazoncito de Felipe latía con mucha fuerza, pero no se levantó de la cama decidido como estaba a ser muy valiente para dar ejemplo a su hermanita pequeña. El siguiente trueno iluminó aún más la habitación, pero Felipe se había preparado concienzudamente para el sonido y, cuando llegó, finalmente no se asustó tanto.

Pasaron los minutos y la tormenta se fue alejando poco a poco, y Felipe no se levantó ni un momento de su cama a pesar de todo el miedo que había pasado. Al poco, la puerta de la habitación se abrió sonando como un chillido, y Felipe abrió mucho los ojos intentando ver en la oscuridad quién había entrado en su habitación.

Entonces, una luz blanca iluminó todo el lugar y Felipe descubrió que su hermanita Sara, somnolienta y bostezando, era quien entraba en el cuarto.

—¡Sara, me has asustado! —Dijo Felipe.

—Vine porque los truenos te dan miedo, así que voy a cuidarte —Dijo Sara subiendo a su cama.

—Pero yo soy más mayor, debo ser valiente para que tú también lo seas —Respondió Felipe confundido.

—Tonterías. Vamos a “mimir”, anda, que mañana hay cole- Dijo entonces Sara con una sonrisa gigante.

Muy contento y emocionado Felipe abrazó a su pequeña hermana, que parecía ser muy sabia además de valiente. Y sintiéndose acompañado y seguro, Felipe pudo por fin dormir profundamente mientras los truenos aún iluminaban la casa de lejos, y es que aquella noche había aprendido dos cosas muy importantes: que estar acompañado es la mejor medicina para el miedo, y que los hermanos pueden ser los mejores consejeros y amigos.

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