El muñeco de nieve

El muñeco de nieve

Cuento clásico: El muñeco de nieve

 

Érase una vez una fría noche de Navidad en la que un muñeco de nieve, muy solitario, vagaba por las calles de un pueblo. Los niños que a veces le acompañaban estaban resguardados en sus hogares, y el muñeco de nieve se sintió solo y triste bajo el manto blanco y gélido de la tarde.

De pronto, cerca de él divisó una cálida casa en la que la luz parpadeaba como invitando a entrar, y donde las ventanas revelaban un hogar lleno de sosiego y amor, en un ambiente muy distinto al del exterior. Había una mesa adornada con manjares navideños preparados para la cena y una familia celebrando entre risas y abrazos. También había una acogedora sensación de calor, algo que el muñeco de nieve jamás había experimentado porque en su mundo siempre caía nieve y todo era frío.

 

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Así, con curiosidad, aquel muñeco de nieve se acercó más a la casa anhelando compartir con otros una Navidad distinta, pero su deseo de entrar resultó infructuoso, pues no encontró la manera de franquear la barrera entre el exterior y el interior al encontrarse la puerta cerrada. Y en ese momento de desánimo, un poco de escarcha cayó del cielo diciéndole:

—Oh, muñeco de nieve, ya no estés triste, pues cualquier cosa que me pidas yo te la concederé.

Lo que más deseaba en el mundo el muñeco de nieve era poder compartir la fiesta de Navidad junto a aquella familia, dentro de la casa, y así se lo hizo saber a la escarcha:

—Pero si te concedo ese deseo —respondió—, el calor hará que te derritas y ya no serás un muñeco de nieve, sino un charco de agua.

El muñeco de nieve entonces pensó un poco más: si él no podía entrar en la casa a celebrar con aquella bonita familia, entonces que salieran ellos a celebrar la Navidad al exterior. Y así, finalmente, el muñeco de nieve pidió a la escarcha que la familia saliera fuera a jugar en la nieve con él:

—Pero si te concedo ese deseo, entonces toda la familia terminará por congelarse, porque las personas no pueden permanecer mucho tiempo en la nieve.

 

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Entonces una pequeña lágrima congelada brotó del ojo del muñeco de nieve. ¿Acaso no había una forma en la que su Navidad no fuera una noche solitaria? Entonces, de repente, se le ocurrió una última idea:

—Ya que no puedo entrar a la casa porque soy un muñeco de nieve —le dijo a la escarcha—, y ya que ellos no me pueden acompañar porque se congelarían, ¿podrías crear a alguien que me acompañe esta Navidad y así no estar tan solito? Alguien como yo, quizás. ¡Otro muñeco de nieve!

Y tras aquel nuevo deseo la escarcha no contestó, desapareciendo en el viento susurrante y frío, cuando, al poco, el muñeco de nieve se dio cuenta de que había otro igual a él justo a su lado y que le miraba con una sonrisa. ¡Ya no volvería a estar solo nunca más! ¡Había encontrado a su igual!

En aquel mismo instante, dentro de la casa, un pequeño niño miró a través de la ventana y observó con atención los bonitos muñecos de nieve, y rápidamente pensó que uno de ellos iba a pasar frío, pues no se encontraba abrigado. Entonces, muy preocupado, le hizo saber a su padre lo que ocurría en el exterior:

—Voy a ponerle una bufanda a uno de los muñecos de nieve para abrigarle, papá. ¡Qué bonito es tener dos muñecos en nuestra puerta en lugar de uno! ¡Quiero que todos los inviernos sea así!

Con la aprobación de la familia, el niño salió corriendo y feliz hacia los muñecos con la bufanda de su padre en la mano, abrazando al recién llegado con un gesto infinito de cariño y emoción. ¡Y con qué alegría observó aquella preciosa acción nuestro solitario muñeco de nieve!

 

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Dándose cuenta de que había acertado con aquella familia y de que, a pesar de que no podía compartir con ella demasiado tiempo en el exterior, era capaz de hacerle sentir calidez en su corazón como tanto ansiaba, el muñeco de nieve se sintió muy feliz y satisfecho. Y así fue cómo, gracias a la escarcha y al niño generoso, jamás volvió a encontrarse solo y triste en Navidad.

 


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