Cuentos de Egipto: El amuleto de la suerte
Érase una vez, en torno al año 1300 a.C., en el antiguo Egipto, un joven faraón llamado “Tutankamón”. Aquel muchacho era una persona muy poderosa, pues pertenecía a una importantísima dinastía de Egipto, y por ello vivía rodeado de riquezas y de lujos todo el tiempo en su gran templo.
A pesar de ello, y de ser un faraón muy amado por sus súbditos, Tutankamón no sentía toda la felicidad necesaria para seguir con sus tareas de gobierno y por ello siempre buscaba algo más. “La riqueza no lo mueve todo”, decía Tutankamón, “y por ello necesito algo que me dé suerte y me traiga prosperidad y felicidad infinita”.
Convencido de ello, el joven Tutankamón un día convocó a todos los sabios y exploradores de Egipto a una reunión para asesorarle con el lugar en el que poder encontrar ese poderoso objeto, pues Egipto estaba lleno de tesoros aún por descubrir. Así, finalmente, y tras mucho debatir, los expertos consiguieron señalarle un punto concreto en un mapa basado en una antigua leyenda. Se trataba del interior de una famosa pirámide al que nunca había accedido nadie y donde solo podría entrar él, pues los demás habitantes de Egipto no tenían el poder suficiente.
De este modo, y para obtener el amuleto, el faraón tendría que iniciar su aventura solo y pasar una serie de pruebas y desafíos que seguro encontraría en su camino hacia el interior de aquella famosa pirámide inexplorada. Tutankamón estaba decidido, pues sentía la necesidad de experimentar emociones nuevas y creía firmemente en el poder de los amuletos de su pueblo, y tras todas las indicaciones necesarias inició su viaje. Viajó por el desierto, cruzó ríos peligrosos y se enfrentó a criaturas extrañas hasta llegar al interior de la pirámide, donde de nuevo se enfrentó a numerosos retos y trampas que incluso pusieron en peligro su vida.
Sería en la última sala, en la más profunda y escondida de todas, donde Tutankamón diese con el ansiado y poderoso amuleto de la felicidad eterna y la prosperidad, pero con la mala suerte de que, al cogerlo entre sus manos, la sala del templo se cerró y Tutankamón quedó atrapado sin poder salir ni hacer nada por evitarlo. Sería allí mismo donde el pobre Tutankamón se diese al fin cuenta de que ya era feliz antes de aquella aventura, gracias sobre todo al amor de su pueblo, al don de la sabiduría o a la riqueza y la prosperidad de su reino. ¡No necesitaba ningún amuleto más!
Y mientras reflexionaba emocionado, sin saber si saldría de allí o no, la puerta de la sala escondida se abrió y entró la luz de nuevo. ¡Su pueblo había viajado hasta allí para salvarle!
Y así fue como Tutankamón regresó a su templo con una nueva forma de ver la vida y con ganas de compartir todas las importantes lecciones que había aprendido con su pueblo, reinando durante muchos años más con humildad y sabiduría, los verdaderos amuletos de un buen faraón.