El águila y el escarabajo

El águila y el escarabajo

Fábula infantil: El águila y el escarabajo

 

Érase una vez una liebre que recorría tranquilamente los campos verdes cuando, de repente, empezó a ser perseguida por un águila implacable que deseaba comérsela.

La liebre entonces corrió y corrió, pero no lograba alejarse lo suficiente del águila. Cuando más desesperada estaba, se encontró con un pequeño y brillante escarabajo y, al no tener nadie más a quien recurrir, le pidió ayuda.

El escarabajo le dijo que haría todo lo posible y, deteniendo al águila, dijo:

—¡Águila! Te ruego que le perdones la vida a la liebre, que nada te ha hecho.

Pero antes de terminar de hablar, el águila ya se había comido a la liebre.

 

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—¿Quién te crees tú para decirme lo que puedo y no puedo hacer? —dijo el águila soberbia—, ¡Yo hago lo que me da la gana! Y mucho menos voy a escuchar a un animal tan pequeño e irrelevante como tú.

Después de aquello, el escarabajo decidió vengarse por lo que el águila había hecho, de manera que empezó a seguirla por todas partes aprovechándose de su pequeño tamaño, pues el escarabajo era difícil de ver. Así, siguió al águila durante un tiempo, esperando pacientemente a que llegara el momento de cobrarse su venganza, y el momento pronto llegó.

El águila puso su nido en una alta montaña, lejos de los demás animales, y ahí colocó sus huevos. Así, arrastrándose hasta aquel lugar, un día que el águila había dejado el nido, el escarabajo dejó caer los huevos por la montaña y estos terminaron por romperse.

Con el tiempo, el águila volvió a poner sus huevos, pero el escarabajo volvió a hacer lo mismo. Una vez descubierto, el águila hizo lo posible para atrapar al pequeño y brillante animal, pero este se escondía muy fácilmente gracias a su reducido tamaño, por lo que era imposible.

 

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Desesperado entonces el águila al ver que todos sus huevos se rompían una y otra vez contra el suelo, pidió ayuda al dios Zeus:

—Oh, dios Zeus, vengo a pedirte que protejas mis huevos para que puedan criarse mis polluelos.

Y Zeus, que era un dios generoso, dijo:

—Por supuesto que protegeré los huevos. Ponlos en mi regazo y aquí nada les pasará hasta que los polluelos salgan de ellos.

Al ver que esto sucedía, el escarabajo empezó a pensar en otra forma de lograr su cometido y que el dios Zeus dejase caer los huevos, y, después de mucho pensarlo, tuvo  una ocurrente idea. El escarabajo se dirigió hacia un campo cercano en el que había mucho estiércol, y poco a poco hizo una gran bola, la cual, con mucho esfuerzo, lanzó después hacia el cielo.

Aquella bola de estiércol cayó en el regazo de Zeus, que dejó caer inmediatamente los huevos para limpiarse, cayeron al suelo y se reventaron. Así, en vista de que ni siquiera el dios Zeus podía proteger a sus futuras crías, el águila no tuvo otra opción que pedirle perdón al escarabajo, y llorando se disculpó por lo que le había hecho a la liebre. Así, con sus palabras, y aceptando que había actuado mal, pidió al escarabajo que por favor dejase sus huevos en paz.

 

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El escarabajo entonces comprendió que el arrepentimiento del águila era verdadero, y aceptó sus disculpas, permitiendo que pusiera sus huevos tranquilamente donde quisiera. No obstante, aquella historia se extendió como la pólvora, y el resto de águilas, celosas de proteger a sus crías, nunca más pusieron sus huevos en la época en la que aparecían los escarabajos estercoleros.

 

Moraleja de la fábula del águila y el escarabajo

 

Por muy pequeño que alguien sea nunca hay que despreciarle, pues ser pequeño no hace que alguien sea menos inteligente o valioso. Al fin y al cabo, menospreciar a alguien nunca está bien, aunque su apariencia pueda resultar extraña o su tamaño insignificante, y todos tenemos derecho a vivir apaciblemente.


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