El asno y el lobo

El asno y el lobo

Fábula: El asno y el lobo

 

Érase una vez un asno que vivía tranquilamente en un campo verde, donde solía pastar alegremente. Una mañana, como cualquier otra, el asno se fue caminando hasta los bordes de la granja para comer el pasto más fresco y largo de la zona. Mientras comía tranquilamente, escuchó el  crujido de un arbusto y supo de inmediato que se trata de un lobo, que intentaba cogerlo por sorpresa.

El asno se asustó mucho y pensó que debía escapar lo más rápido posible, pero no sabía si podría salir de aquella situación. Sus patas, aunque eran largas, no correrían más rápido que las del lobo, que era animal muy ágil y atlético y, aunque podría rebuznar pidiendo ayuda, estaba demasiado lejos de la granja como para que alguien lo escuchara.

Desde luego, parecía que no había muchas opciones para el asno, cuando de pronto se le ocurrió una gran idea: “Fingiré que una espina se ha clavado en mi pata y engañaré al lobo feroz”, pensó el asno rápidamente.

Con la idea en marcha, el asno comenzó a cojear y quejarse, lanzando bufidos y rebuznando por su dolor imaginario, cuando por fin el lobo salió del arbusto, se plantó frente al asno mostrando los colmillos y luciendo muy feroz, intentando asustar al asno. Sin embargo, el pobre asno parecía tan adolorido y se quejaba tanto que, por un momento, el lobo se sintió un poco confundido.

  • ¡Por fin alguien ha venido a ayudarme! −rebuznó el asno llorando−. He tenido un accidente, y solo un inteligente y capaz lobo como usted podría ayudarme a salir de esta situación.

El lobo se sintió halagado ante las palabras del asno, pensando que era muy cierto lo que le había dicho sobre su inteligencia y gran capacidad. Así que se relajó un poco y bajó la guardia:

  • ¿En qué puedo ayudarte? −preguntó el lobo fingiendo ser amable.
  • Me he clavado una espina en mi pata trasera – se quejó el asno moviendo de un lado a otro la supuesta pata lastimada para que el lobo no pudiera fijarse bien–, y estoy tan adolorido que no puedo ni siquiera caminar bien.

El lobo se relamió los labios pensando en que toda aquella situación le favorecía mucho y no tendría nada de malo ayudar al burro para que dejara de hacer tanto ruido. Así, luego podría comérselo entero hasta dejar solo los huesos sin que nadie se enterara.

  • Muy bien, veré qué puedo hacer – accedió el lobo colocándose detrás del asno para mirar mejor, aunque no veía ninguna espina y estaba muy confundido–. ¡Deja de moverte, no veo nada!
  • Está ahí, en el centro de mi pezuña –dijo el burro moviendo la pata con impaciencia–. ¡Acércate más!

Sin pensarlo mucho, el lobo se acercó un poco más, cayendo completamente en la trampa. El asno, con su fuerte pata trasera, golpeó al lobo feroz en el hocico y lo puso a ver las estrellas. Mientras, él comenzó a correr hasta la granja, donde estaría a salvo de cualquiera que quisiera lastimarlo.

Entonces el lobo, con varios dientes caídos, se puso a pensar en lo tonto que había sido por caer en la trampa del asno, aunque se lo tenía muy merecido por haber fingido saber algo que en realidad no sabía. Y es que no debemos fingir saber cosas que en realidad desconocemos, pues tarde o temprano será evidente nuestra ignorancia… ¡y nos irá muy mal!

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