El ciervo, el manantial y el león

El ciervo, el manantial y el león

Fábula infantil: El ciervo, el manantial y el león

 

Había una vez, en un tiempo antiguo, un joven ciervo que vivía en la profundidad de un bosque exuberante y sereno. Su vida transcurría apacible, y el ciervo disfrutaba de la frescura del follaje y del murmullo armonioso de los insectos.

Un día, bajo el abrasador sol de verano, el ciervo decidió explorar más allá de su territorio habitual. Pero, tras alimentarse de tiernos brotes, la sed comenzó a consumirle. El ciervo sabía que debía encontrar algo con lo que mitigar su sed, así que, siguiendo el aroma del agua, finalmente llegó a un manantial claro y refrescante, donde bebió con avidez sintiendo cómo la vida fluía de nuevo por sus venas.

Mientras bebía, el ciervo observó su reflejo en el espejo del agua, algo que nunca había tenido la oportunidad de ver, pues estaba acostumbrado a beber de arroyos enturbiados.

 

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La imagen que le devolvía el manantial le dejó fascinado: su piel parda y suave, sus astas majestuosas que se erguían sobre su cabeza con gracia… Sin embargo, sus ojos se posaron en sus patas, delgadas y ligeras en comparación con la imponencia de sus astas.

—Mis astas son magníficas, pero mis patas parecen débiles y frágiles. Me gustaría tener la fortaleza y el poder de las patas de un león —suspiró en voz alta el ciervo, anhelando una cualidad que no poseía.

En la profundidad del bosque, oculto entre las sombras, un león le escuchaba y, con movimientos sigilosos, comenzó a acercarse, decidido a atrapar a su despistada presa. El ciervo, ajeno al peligro que se cernía sobre él, siguió explorando la orilla del manantial, aunque pronto la presencia del león le hizo salir de su ensimismamiento. Con un rugido atronador, el león se abalanzó sobre el ciervo, que sintió cómo el pánico se apoderaba rápidamente de él.

Sin poder siquiera pensar, sus patas delgadas y ágiles comenzaron a moverse sin parar, con el fin de ponerse a salvo y, a pesar de su tamaño imponente, el león no pudo igualar la velocidad del ciervo, pues la agilidad y la rapidez de sus patas hicieron que pudieses escapar del alcance de su depredador. Corrió entonces el ciervo hacia la llanura abierta, donde su agilidad le proporcionó una ventaja vital, pero, al verse en aquel claro, pensó que sería más fácil que el león le viera y le atrapara, por lo que se internó de nuevo en el bosque.

 

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Sin embargo, al adentrarse en el espeso bosque, las astas del ciervo se enredaron en las ramas bajas. Desesperadamente, luchó por liberarse mientras el rugido del león resonaba en la distancia y cada vez más próximo. Pero para el ciervo cada esfuerzo que hacía le parecía empeorar la situación, y fue sintiendo que el peligro se acercaba peligrosamente a pesar de sus esfuerzos.

Finalmente, utilizando toda su fuerza, el ciervo logró liberarse de las ramas y, casi sin aliento ya, corrió lo más rápido que pudo hacia la llanura, alejándose de los árboles que habían sido su trampa y desapareciendo en la distancia. El ciervo, tras esto, tan solo dejó un rastro de polvo como señal, y el león, frustrado y sin su presa, volvió a su hogar con su manada. Lejos ya del peligro, el ciervo finalmente encontró otro manantial y bebió sediento. Allí de nuevo pudo observar su reflejo, pero esta vez con una perspectiva diferente:

—En mi búsqueda de lo que no tenía, subestimé lo que poseía. Mis patas, que consideraba débiles, me brindaron la oportunidad de escapar del león. Mis astas son magníficas, pero no son el único aspecto valioso de mí.

Lo cierto es que el ciervo aprendió a apreciar todas sus cualidades, y no solo las que eran visibles a simple vista, y pudo darse cuenta así de que la apariencia no definía completamente su valía ni su fortaleza.

 

Moraleja de la fábula del ciervo, el manantial y el león

 

No juzgues nunca a los demás (ni a ti mismo)basándote únicamente en las apariencias. Cada persona y cada ser tiene su propia combinación de habilidades y cualidades; algunas pueden ser evidentes a primera vista, y otras no serlo y ser capaces de salvarnos la vida.


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