Cuento de miedo: La mejor fiesta de Halloween
Érase una vez un pequeño pueblecito en el que vivía un grupo de amigos de toda la vida: Marina, Hugo, Lucía y Alberto. Todos eran amigos desde bien pequeños, cuando comenzaron juntos el colegio, y desde entonces no se habían separado nunca, ávidos de aventuras y de cosas nuevas que comentar entre ilusiones y carcajadas. Pero lo que más les gustaba de todo, sin duda, era la fiesta de Halloween, fecha en la que siempre esperaban que sucediese algo fuera de lo normal para poder vivir así la mejor aventura de sus vidas.
¡Qué emoción sentían cada vez que se acercaba el 31 de octubre! Todos se disfrazaban aquel día con mucho entusiasmo y preparaban grandes cestas para llenarlas de dulces, y, mientras llegaba el día, continuaban con sus paseos después del cole y con sus charlas animadas e interminables.
—¡Chicos! Creo que he visto un cartel hoy que decía “Concurso de decoración de Halloween” o algo así. Lo he visto al salir de mi casa. ¿Alguien más sabe algo?—dijo Hugo muy emocionado.
—Creo que mi madre ha dicho algo hoy de eso, pero juraría que dijo de disfraces. No me hagáis mucho caso —respondió Marina mientras intentaba recordar las palabras de su madre.
Así, muy intrigados con la idea, decidieron proseguir con el paseo e investigar de nuevo la zona en la que Hugo aseguraba haber visto el cartel y… ¡Voilà! El anuncio animaba a todos los habitantes del pueblo a disfrazarse con las mejores ideas terroríficas y a disfrutar de una fiesta espeluznante en la casa del Señor Enterrador (un anciano solitario del pueblo al que la gente llamaba así por su rostro serio y por sus ropajes sobrios y oscuros), que vivía en lo alto de la colina del pueblo.
—¡Al final es de disfraces, Hugo, que no te enteras!—dijo Alberto riendo a carcajadas, aunque muy feliz con la idea.
Aquel Halloween prometía ser el mejor de la historia, pues aquella antigua mansión siempre había tenido fama de estar embrujada, por lo que los niños se mostraron totalmente emocionados con la idea de poder entrar en ella y explorarla.
Finalmente, cuando llegó la esperada fiesta, medio pueblo se dirigió a la casa del Señor Enterrador con disfraces y dulces de todos los tipos. Lucía, Marina, Hugo y Alberto fueron los primeros en llegar, de tantas ganas que tenían, y habían preparado los disfraces más alucinantes del mundo. Cuando se acercaron a la puerta de la mansión pudieron escuchar una música misteriosa, como de fantasmas, que parecía invitarles a pasar, y, aunque producía ciertos escalofríos, no lo dudaron ni un instante.
La casa del Señor Enterrador estaba iluminada con numerosas velas que parpadeaban al unísono y con grandes telarañas y murciélagos que parecían de verdad. También había muchos cuadros con retratos muy antiguos y una gran mesa llena de dulces y de tartas con forma de vampiros y arañas. Los cuatro amigos estaban fascinados y reían y bromeaban sin parar para disimular el miedo y la emoción que todos sentían.
Dentro de la casa encontraron también habitaciones oscuras, con espejos que parecían esconder muchos secretos en las paredes de sus pasillos estrechos, y una gran biblioteca llena de libros antiguos en la que parecía estar esperándoles el Señor Enterrador. Entonces, el hombre comenzó a contar una misteriosa historia con una voz que parecía salida de otro mundo y que trataba sobre una niña fantasma que al parecer había vivido en la mansión.
¡Qué miedo sintieron al escucharla! ¿Seguiría allí escondida aquella niña en algún lugar? Y cuando el rostro de los niños parecía comenzar a desencajarse, el hombre cambió su semblante serio y comenzó a reír sin parar mientras sacaba una cesta repleta de chocolates y golosinas para los niños por lo bien que se habían portado.
—¡Desde luego sois unos valientes, chicos! ¡Nadie se había creído nunca tanto las historias que me invento! Y por cierto, vuestros disfraces son geniales. ¡Bienvenidos a la fiesta!—Dijo muy amablemente el Señor Enterrador, que ya no parecía para nada serio, mientras les agradecía haber dado vida de nuevo a su vieja casa.
La fiesta en la vieja mansión de la colina fue todo un éxito, pues mucha gente se acercó con sus disfraces a pasar una noche de miedo, aunque el premio se lo llevaron Alberto, Marina, Hugo y Lucía, que habían aguantado como auténticos valientes toda la velada. El Señor Enterrador les entregó tras felicitarles la llave de una habitación secreta, la cual estaba llena de disfraces y de las golosinas más deliciosas que uno pudiese imaginar. Los niños saltaron de alegría y agradecieron a aquel extraño hombre la inolvidable experiencia que habían vivido, y desde entonces la fiesta de Halloween en la vieja casa de la colina se convirtió en toda una tradición, superándose año tras año. El Señor Enterrador, por su parte, que en realidad se llamaba Víctor, pudo quitarse aquella mala fama de encima y dejar de estar siempre tan solo en aquella casa tan grande… ¿O es que acaso no lo estaba?