Las vacaciones de Santa

Las vacaciones de Santa

Cuento de Navidad: Las vacaciones de Santa

 

Todos los niños del mundo saben que Santa Claus trabaja durante todo el año para poder llevarles juguetes, y que durante la noche de Navidad los transporta hacia todos los rincones del planeta. Pero no todos saben que después de lograr cumplir con su misión, Santa Claus, su esposa, los duendes y los renos se van de vacaciones. El único inconveniente es que no pueden ser vistos por el resto de las personas, pues la Navidad perdería su magia y ya no podrían llevar juguetes a más niños.

Pero hubo una vez, sin embargo, en la que Santa Claus y los suyos fueron descubiertos. Aquel día todos se encontraban descansando del frío en una paradisíaca isla del Caribe, muy poco conocida, con playas de aguas cristalinas, arena de esa que brilla con el sol y frescas cabañas de madera a orillas de la playa. Los días eran tranquilos y las noches eran fresquitas, así que se podía dormir y descansar muy bien disfrutando de momentos apacibles y relajantes.

 

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Y allí mismo se encontraba Santa Claus cuando un pequeño velero amarillo se empezó a acercar a la orilla. La verdad es que todos se alarmaron, pues pensaron que se podía tratar de un grupo de padres con niños y se prepararon para esconderse, pero conforme se iba acercando el bote se dieron cuenta de que solo había una niña en él, solita, que lloraba a moco tendido.

Al llegar a la playa todos la recibieron, pues tenían que ayudarla, aunque fue la esposa de  Santa Claus la que calmó a la pequeña acurrucándola en sus brazos. Así, algo más tranquila, la niña comenzó a contar su historia: se llamaba María y había estado jugando en una playa cercana junto a su familia; después fueron a dar un paseo en el bote, cuando de pronto la corriente alejó a la pequeña de la orilla, que había subido la primera. Y así fue cómo navegó sin rumbo durante horas hasta llegar allí…

—Pues hay que hacer algo al respecto —dijo la esposa de Santa Claus—, debemos devolverla con su familia. Uno de los renos podría llevarla volando.

—Eso no es posible, querida mía —contestó Santa Claus—, pues entonces alguien trataría de seguirlo y darían con nosotros.

—Entonces puede llevarla uno de los duendes.

—Tampoco es una opción, pues los duendes son criaturas mágicas y a las personas les resultaría muy fácil reconocerles. ¡Nunca les dejarían volver!

—Entonces, ¿qué podemos hacer?

—La llevaré con sus padres yo mismo.

De este modo, y cogiendo el velero en el que hacían sus paseos durante las vacaciones, Santa Claus cogió a la pequeña María y ambos se dirigieron hacia el punto en el que la pequeña se había alejado de su familia. Santa Claus, sin su habitual traje rojo, parecía simplemente un hombrecillo mayor con barba blanca, por lo que estaba tranquilo y seguro de que nadie le reconocería. Entonces, ya cerca de la playa, Santa Claus subió a María sobre sus hombros y, bajándose del velero, se lanzó al mar. De esta forma pudo llegar andando hasta la costa, donde estaban los padres de la niña preocupadísimos y, contentos y efusivos, agradecieron al hombre misterioso que hubiese salvado a su pequeña, ante lo que Santa Claus contestó:

—No se preocupen, es mi deber cuidar de los niños, pero ahora tengo que irme.

Y sin dejarles decir una palabra más, por miedo a ser descubierto, Santa Claus se lanzó al agua desapareciendo en su velero al fondo del mar. De la misma forma en que vieron venir al velero este desapareció, como por arte de magia, y esa misma magia logró borrar aquel suceso de la memoria de los padres de María con el tiempo, aunque no de la cabecita de la pequeña.

 

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Ese mismo año, varios meses más tarde, Santa Claus tuvo que dejar las vacaciones definitivamente y ponerse a trabajar duro y, en la mañana de Navidad, María se levantó para ver sus regalos. Al abrirlos pudo descubrir un pequeño velero de juguete muy parecido al que había usado aquel extraño hombre del Caribe para devolverla junto a sus padres durante el verano… y fue en aquel instante en el que la pequeña pudo darse cuenta de que su salvador había sido el mismísimo Santa Claus, que también cogía vacaciones. ¡Qué recuerdo mágico guardó desde entonces en secreto la pequeña María! Y lo que había sido un gran susto de vacaciones, se convirtió con el tiempo en la experiencia más bonita del mundo.

 


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