Atalanta e Hipómenes

Hace mucho tiempo, en la hermosa isla de Esciros, en el mar Egeo, vivía un rey llamado Esqueneo. Aquel lugar era famoso por su belleza y por su gente valiente, siendo el mayor ejemplo de ello Atalanta, la hija de Esqueneo, cuyo espíritu libre y belleza inigualable conmovía incluso a los propios dioses.

Atalanta había sido educada en un ambiente muy permisivo y colmado de mil y un caprichos, aunque aun así disfrutaba de actividades de todo tipo, entre las que se encontraba la caza. Así, la joven Atalanta se pasaba los días enteros con su carcaj de flechas sobre su espalda buscando animales a los que atrapar y, tal era su afición y maestría, que ni siquiera los centauros del lugar conseguían alcanzarla. Sin embargo, aquella dura afición le pasó factura endureciendo su corazón, que no se reblandecía con nadie, ni siquiera con la mirada más tierna y amable de sus pretendientes.

Atalanta, la corredora audaz

La hija de Esqueneo era conocida también en Grecia por ser una corredora increíblemente rápida, casi más que el mismo viento, y aquella velocidad legendaria servía a menudo para desafiar a aquellos que se atrevían a competir con ella en largas carreras. De este modo, muchos fueron los pretendientes que llegaron a Esciros para ganarse el corazón de la valiente princesa Atalanta, cuya regla para casarse era que algún hombre pudiera vencerla en una de aquellas competiciones.

Y así fue como llegó a Esciros uno de los pretendientes más valientes y apuestos de Atalanta, Hipómenes, dispuesto a conquistar el corazón de la princesa. Pero Hipómenes sabía que no podía vencerla en una carrera justa, por lo que ideó un plan ingenioso que no podía fallar: visitó a la sabia diosa del amor, Afrodita, para pedirla ayuda, y la diosa, compadecida, decidió darle tres manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, recomendándole que participara con inteligencia en una próxima carrera en la que estaría también Atalanta.

Hipómenes y las tres manzanas

Tras esto, Afrodita le entregó las tres manzanas doradas y le explicó cómo usarlas, y, cuando llegó el día de la carrera, Hipómenes y Atalanta se pararon en la línea de salida mirándose fijamente, mientras la multitud se agolpaba impaciente por ver de nuevo a Atalanta en acción. Finalmente, tras el sonido de la señal de salida, la joven Atalanta partió a la velocidad del rayo dejando a todos los pretendientes que habían acudido atrás, incluido a Hipómenes. ¡Qué velocidad tan asombrosa! Entonces el muchacho dejó caer una de sus tres manzanas sobre el terreno para que Atalanta, debido a su espíritu cazador, tuviera que pararse a recogerla y pudiese llegar él el primero a la meta.

Sin embargo, Atalanta no pensaba rendirse tan fácilmente, por lo que continuó corriendo hasta que Hipómenes lanzó la segunda manzana dorada, deteniéndose la joven nuevamente a recogerla y cogiendo Hipómenes la delantera una vez más. Y cuando quedaba muy poca distancia para llegar a la línea de meta, Hipómenes lanzó la tercera manzana dorada y Atalanta no pudo resistirse ante su delicioso olor, deteniéndose una vez más para recogerla y cruzando la línea de meta Hipómenes como ganador.

Atalanta, al darse cuenta de que había perdido, cumplió su promesa y se casó con Hipómenes, del que rápidamente se enamoró tras una boda grandiosa en Esciros. Y así fue como Hipómenes y Atalanta vivieron felices y juntos para siempre con el beneplácito de los dioses, demostrando que el esfuerzo y la motivación son siempre claves para alcanzar la victoria en la vida.